Una iglesia es como una familia. Cuando nuevas personas llegan, son recibidas con todo el amor por los miembros, independientemente de su pasado. ¿Y si eso es despreciado cruelmente? Varias familias de Charleston, en la Carolina del Sur, en los Estados Unidos, sintieron en la piel el dolor de la ingratitud.
El 17 de junio, Dylann Roof, un joven de 21 años, llegó a la iglesia Emanuel Church, una institución históricamente conectada a la lucha por derechos civiles de los negros, para participar de un estudio bíblico. Una hora después de haber sido recibido por todos, él se levantó y les disparó a los miembros. En total, nueve personas murieron, incluso el pastor.
Después de estar preso, el joven confesó el crimen y dijo que quería encender una “guerra racial”. Durante la presentación oficial a la Justicia del Estado, para la sorpresa de muchos, familiares de las víctimas mostraron en la práctica, la fe que profesan: le concedieron el perdón al asesino. En un video divulgado por la prensa, es posible oír a la madre de una de las víctimas recordar aquella noche y todo el dolor que sintió. “Nosotros te recibimos de brazos abiertos. Pero tú has matado a una de las personas más maravillosas que conocí. Cada fibra de mi cuerpo me duele. Nunca más seré la misma. Pero, como dice en el estudio de la Biblia, nosotros te amamos. Que Dios tenga piedad de tu alma”, se descargó la madre.
Otro caso sucedió en 2009. Después de cerrar la panadería de la familia, Rafael Guerra, en esa época de 25 años, fue víctima de un latrocinio, asalto seguido de muerte. En el hospital, Daisy Guerra, de 57 años, recibió la peor noticia que una madre podría recibir: el hijo había muerto. Los meses siguientes fueron difíciles, incluso con la prisión del asesino de su hijo.
Hasta que un día ella tuvo la oportunidad de transformar el dolor en algo noble. “Estaba en una podóloga y oí una conversación sobre una familia que tenía un bebé y niñas de 3 y 6 años pasando necesidades, desde que al padre estaba preso por latrocinio en una panadería”, contra Daisy. Ella se dio cuenta que la familia en cuestión era la del asesino de su hijo.
Discretamente, pidió más informaciones sobre ellos y comenzó a ayudarlos financieramente. “Nunca quise contarle a su esposa que yo era la madre del joven que su marido había asesinado. Yo lo hacía con placer para ayudar a aquellos niños, siempre pensé en la dificultad que yo tuve para criar a mis dos hijos, pues quede viuda a los 30 años. Aquellas niñas no tenían culpa por lo que el padre había hecho. Yo pensé en ayudarlos para que en el futuro no siguieren el mismo camino del padre”, cuenta.
En aquel proceso, ella logró perdonar a aquel que le sacó a una de las personas más importantes de su vida. “Perdonar me trajo alivio al alma. Sufrí el luto y hoy, gracias a Dios y a esa actitud, vivo sin caer en depresión. Jesús nos enseña a orar por los que hacen mal y es difícil, pero no imposible”.
En todas partes del mundo hay madres que pudieron dejar el resentimiento de lado y perdonar a los asesinos de sus propios hijos, ¿por qué muchos aún insisten en mantener el sentimiento malo dentro del corazón?
El obispo Edir Macedo explica que para vencer el rencor es necesario primero entender su origen: “Existen personas que creen en Jesús, que son fieles a sus iglesias, pero mantienen dentro de sí un resentimiento contra terceros. Ellas deben entender que no pueden ser cristianas y estar resentidas al mismo tiempo. O ellas tienen el espíritu del perdón o ellas tienen el espíritu del resentimiento. Y ese último sentimiento obviamente no viene de Dios. Dios es perdón. Usted tiene que perdonar y librarse de esa maldición. Jesús enseña que si nosotros no perdonamos a nuestros ofensores, tampoco seremos perdonados”, alerta.
Después de tener ese entendimiento, quien quiere perdonar debe ignorar los sentimientos y actuar por la razón. “Usted no puede cambiar su corazón, sin embargo, usted tiene intelecto. En ese intelecto, puede decidir lo que quiere. Cuando dice en su mente: “yo perdono a aquel que me hirió y bendigo a esa persona”, por más que el corazón diga que no, desprécielo y fije su fe en aquello que Dios dijo sobre el perdón. Pues cuando yo obedezco a la Palabra de Dios, Dios está viendo mi esfuerzo en obedecerlo. Así, el Espíritu Santo cambia los malos sentimientos y yo paso a amar a quién me ofendió. Todos tienen la capacidad de perdonar”, concluye el obispo.
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