Cuando se trata de sacrificio y sobre no ofrecerle a Dios lo que no nos cuesta nada, nos acordamos de la viuda de Sarepta. (1 Reyes 17:8)
Cuando Elías le pidió que le trajera un poco de agua para beber, ella, de inmediato, atendió el pedido sin cuestionar, a pesar de las dificultades que enfrentaba, el agua no le faltaba.
Pero cuando él le pidió un pedazo de pan, algo que le costaría mucho más, su entrega ya no fue inmediata, porque era todo lo que tenía en ese momento para ella y su hijo.
Esa mujer tuvo dos opciones: entregar solo el agua y retener lo que le costaría, y después morir con su hijo; o entregar, junto con el agua, la harina y el aceite, es decir, lo que le costaría la vida, su todo, pero vivir después.
Así somos nosotros en relación con todo lo que hacemos y somos para Dios: podemos entregar solo “agua” (lo que es más fácil, más cómodo) y retener lo que nos cuesta, o entregar la “harina y el aceite”, o sea, lo que cuesta incluso la propia vida. (Sacrificio)
Lo que más puede llamar la atención de esta historia es que, al igual que esta viuda, cuando obedecemos lo que Dios nos pide y elegimos hacer primero para Él y nos ponemos en segundo plano, en el sentido físico y espiritual, esa Palabra también se cumple en nuestra vida:
“Porque así dice el Señor, Dios de Israel: ‘No se acabará la harina en la tinaja ni se agotará el aceite en la vasija, hasta el día en que el Señor mande lluvia sobre la faz de la tierra’”. 1 Reyes 17:14
Es decir, el cuidado de Dios nunca se terminará para los que no se reservan nada para sí mismos y viven una vida de sacrificio diario hasta la Eternidad con Cristo.
Nubia Siqueira