“Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.” (2 Corintios 12:9-10)
Se engañan los enemigos de la fe, al pensar que las angustias y las tribulaciones disminuirán nuestra confianza en el Dios de Abraham, de Isaac y de Israel. Al contrario, del limón aprendemos a hacer limonada; de la debilidad sacamos fuerzas… de manera que cuando estamos débiles, allí es cuando somos fuertes.
El Espíritu Santo está con nosotros de la misma forma como estuvo con nuestros padres en la fe. Sabemos que en los momentos de dificultad, de persecución y de debilidad, el poder de Dios se manifiesta. Y la fuerza que nos sustenta es nuestra fe, no nuestro brazo, ni el brazo de nadie más.
Contamos con Dios y con nuestra fe, que nos conecta a Él. Entonces, no importa si nos sentimos débiles o si nos sentimos fuertes. Sabemos en Quién hemos creído y estamos muy seguros de que Él es poderoso y fiel para cumplir Su Palabra.
Además de eso, creemos en la promesa de que cualquier tribulación es momentánea, y que, por la mañana, vendrá la alegría: “Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría” (Salmos 30:5)
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Nada disminuye nuestra confianza en Dios. Sacamos fuerzas de la debilidad y hacemos del limón una bella limonada.
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo
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