“Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado…” (1 Timoteo 6:12)
Sabemos que la vida no depende de la muerte, de las oportunidades, del dinero o del estudio. La vida solo depende de la fe. La gran dificultad está en mantenerse en la fe. Esta es la batalla que debemos combatir, día tras día. No basta tener fe por algún tiempo. Es necesario vivirla a cada momento. A causa de eso, es necesario invertir en ella día tras día, todo el tiempo.
¿Cómo? Manteniendo la mente ocupada con las cosas de Dios. Hay quienes cumplen sus «votos» con Dios los domingos por la mañana. Inmediatamente después, se relajan en la fe, por haber cumplido su obligación religiosa. El adversario de la fe se aparta cuando esta está en alza. Pero al verla apagada o relajada, inmediatamente avanza contra su víctima.
Cuando la guerra allí afuera está violenta y los problemas avanzan, debemos usar nuestra fe para combatirlos. Sin embargo, cuando existe una tranquilidad aparente, entonces es allí que debemos mantenernos más atentos. El mantenimiento de la fe es diario. No podemos relajarnos un solo instante.
Cómprese un auto 0 kilómetro. Deje ese auto en el garaje durante años, sin mantenimiento, sin cambiar la gasolina. Ahora, en un momento de emergencia, intente usar ese auto. ¿Piensa que conseguirá hacerlo funcionar? Así también es con la fe. Con el agravante de que ella es necesaria para la salvación de su alma, para tomar posesión de la vida eterna. Observe que los problemas, las emergencias, solo surgen cuando la fe está en baja o flácida. ¿No es verdad? Por eso, el Espíritu Santo nos enseña a combatir la buena batalla.
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No se relaje en su fe. Ejercítela y haga un mantenimiento de ella, día tras día, para no ser tomado por sorpresa.
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo
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