“Aconteció al año siguiente, en el tiempo que salen los reyes a la guerra, que David envió a Joab, junto a sus siervos y a todo Israel, y ellos derrotaron a los amonitas y sitiaron a Rabá, mientras David se quedó en Jerusalén.”
2 Samuel 11:1
En la parte “…en el tiempo que salen los reyes a la guerra” del versículo anterior, se muestra una de las costumbres relacionadas a los enfrentamientos bélicos de la época del Antiguo Testamento. Algunos combates tenían lugar en una época del año en que los graneros estaban llenos, y los hombres dejaban las herramientas para tomar las armas, más allá de que las condiciones atmosféricas fueran favorables a las campañas. Todo hombre en condiciones de luchar era convocado.
No era común que hubiese una “declaración de guerra”. Dicha declaración comenzaba en cuanto un ejército invadía el territorio de otro. Las fuerzas del lugar invadido se dirigían al campo y había una conferencia entre las dos partes – obviamente, cada una buscando mostrar mayor poderío de armas y hombres que el otro, pues toda guerra comienza psicológicamente, una lección lamentablemente aprendida y aplicada más tarde por los nazis en la Segunda Guerra Mundial.
En la conferencia, inicialmente las armas daban lugar a una negociación. A cambio de algo (bienes u otra reivindicación), los invasores prometían la retirada o incluso no atentaban contra la vida del ejército adversario y su pueblo. Si no hubiera un acuerdo, o las fuerzas defensoras se negaran a rendirse, su ciudad era invadida. Los reyes, muchas veces, iban al frente de la batalla con sus hombres. En la foto, el monarca Asuero en una de sus muchas batallas, como se puede ver en la miniserie “La Historia de Ester”, de la Red Record.
Se acostumbraba, en el comienzo, cortar el abastecimiento de agua y alimentos, para ver cuánto aguantaba el pueblo de la ciudad hasta rendirse. Generalmente, se cercaba la ciudad por completo, aislándola (como en la batalla de Jericó). Si los invasores tenían éxito, se apoderaban de todos los bienes, era común que mataran a todos los hombres y esclavizaran a las mujeres y niños (o hicieran a todos esclavos, sin distinción de sexo, dependiendo de la necesidad de mano de obra). Lo saqueado era usado para pagarle a los guerreros vencedores. Una curiosidad: la palabra “soldado” significa, alguien a quien se contrató bajo el pago de un “sueldo”, término que deriva del latim solidum nummum, una moneda de la Roma imperial. Por otro lado, “Militar”, significa “andar de a mil”, derivado de la costumbre de las fuerzas armadas casi siempre formada por muchos hombres, buscando una ventaja, por lo menos, numérica.
En los embates colectivos (como en la escena de “Rey David” ), se usaban inicialmente armas de ataque a distancia (catapultas, lanzas, hondas y arco y flecha, cada uno con sus especialistas, agrupados en hileras, uno detrás del otro) y de combate cuerpo a cuerpo (espadas, hachas y puñales). Los soldados luchaban sobre caballos, carros empujados por los mismos animales o en tierra.
Era común (no es que haya dejado de serlo) los actos crueles para aterrorizar y humillar a los oponentes vencidos. Los asirios, por ejemplo, capturaban a los hombres más importantes de la sociedad dominada, torturándolos, y los ejecutaban en la plaza pública o en la entrada principal de la ciudad, dejando los cuerpos a vista de todos, pudriéndose. Algunos pueblos les cortaban las cabezas a sus oponentes y las enviaban a los escribas, para que hicieran el conteo.
Duelos de campeones
El pasaje que se refiere a la batalla en que David enfrentó a Goliat (foto de la miniserie “Rey David”) muestra otra costumbre de la época. Se elegían a los “campeones” de cada facción implicada, generalmente los combatientes más poderosos y hábiles, muchas veces famosos más allá de los límites de sus reinos, y los dos se enfrentaban frente a sus ejércitos, como sus representantes oficiales. Antes de la lucha, se negociaba lo que el lado derrotado pagaría: si en riquezas o con la muerte, o inclusive con el propio reino – algunas veces, una simple retirada, con la promesa eventual de que nunca más intentarían invasiones contra aquel pueblo-.
Como aquellos “campeones” representaban a sus pueblos, su derrota significaba la derrota de todo su ejército, y la rendición general era oficial. Si el campeón del pueblo invadido ganaba, los invasores se retiraban, o cumplían otra cosa que hubieran prometido. David mató a Goliat, y los filisteos, representados por el gigante, fueron obligados a admitir la derrota.
Guerra y religión
La práctica militar estaba completamente ligada a la creencia de los judíos antiguos. Para ellos, Dios era el Señor de los Ejércitos, el General y Jefe Mayor, por encima del rey y de los propios generales humanos.
“El Señor es un guerrero. ¡El Señor es su nombre!
Echó al mar los carros del faraón y de su ejército. Lo mejor de sus capitanes, en el Mar Rojo se hundió.
Los abismos los cubrieron; descendieron a las profundidades como piedra.”
Éxodo 15:3-5
Se exigía que los guerreros se mantuvieran puros para luchar, según su creencia. Y esa pureza incluía la abstinencia de sexo (dentro de otras cosas, para preservar las fuerzas del hombre, como es común hoy que los entrenadores les pidan a los atletas en algunos deportes). Por eso, Urías se negó a seguir lo que David, con malas intenciones, le ordenó (ya que mantenía una relación con Betsabé, esposa del militar- 2 Samuel 11:11).
Los profetas frecuentemente les decían a los reyes y a los generales cómo debían proceder, según las órdenes de Dios (1 Reyes 20:13-30, 2 Reyes 6:8-10 y Jueces 4), con la victoria asegurada, en el caso que obedecieran.
Hoy vemos en libros, films e historietas con historias bélicas o de superhéroes los “gritos de guerra”. Éstos también tuvieron origen en tiempos bíblicos, como el dar coraje, y eran totalmente de cuño espiritual:
“Tocaré la trompeta, y también todos los que estarán conmigo; entonces vosotros tocaréis las trompetas alrededor de todo el campamento, gritando: “¡Por el Señor y por Gedeón!.”
Jueces 7:18
Todos debían entender que la victoria no era de ellos, sino de Dios, para Su gloria. Y a Él pertenecían los despojos (bienes y armas de los enemigos). Muchas veces, los bienes, si eran inanimados, eran quemados en sacrificio al Señor – principalmente cuando el enemigo vencido se lo consideraba maldecido, y nadie debería tomar siquiera una simple moneda (Josué 7). También se podía matar y quemar a los animales. Algunas veces, Dios permitía que los despojos fueran distribuidos entre los soldados victoriosos (Josué 8:27).
De esa correlación entre el combate y la creencia surgió la figura del capellán, mitad sacerdote y mitad soldado. Los combatientes necesitaban apoyo espiritual durante las campañas. Los sacerdotes y profetas estaban presentes en todos los aspectos de la vida de su pueblo, y eso incluía la guerra. Con el tiempo, ellos obtuvieron credenciales, y compusieron las fuerzas armadas. La Constitución Federal brasileradetermina la presencia de los capellanes en las fuerzas armadas, además de los policías y cuerpos de bomberos militares. Ellos deben presentarse en concursos públicos y reciben credenciales, teniendo que pasar por el debido entrenamiento. En el cuartel o en el frente de batalla dan la debida atención a los hermanos de batalla. Con el tiempo, “la capellanía” también pasó a determinar el trabajo civil de apoyo espiritual en lugares como hospitales, presidios o escuelas.
Ya situándonos en el Nuevo Testamento, Roma ejercía el poder sobre los judíos. La figura del soldado romano (foto) era bastante común en el cotidiano de los hebreos, esparcidos por los dominios de César. Costumbres y términos militares romanos eran bastante usados en el día a día. En Efesios 6:13-17, Pablo de Tarso usa la vestimenta y los equipamientos de los guerreros de Roma como metáforas para la famosa “armadura de Dios” que los cristianos deberían usar.
En Colosenses 2:15, Pablo, quien antes fuera obediente a Roma, usó costumbres militares romanas para ejemplificar sobre Cristo venciendo a los enemigos (potestades y principados) del “ejército del mal” y exhibiendo los despojos, marchando en triunfo – se realizaban verdaderos desfiles para celebrar la victoria, de donde se derivaron algunas paradas militares actuales, de cuño cívico o militar.
El propio Pablo describe a los “soldados de Cristo”, pidiendo disciplina y compromiso a los seguidores:
“Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo.
Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado.
Y también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente.”
2 Timoteo 2:3-5