“Porque ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer voluntariamente cosas semejantes? Pues todo es Tuyo, y de lo recibido de Tu mano Te damos. Porque nosotros, extranjeros y advenedizos somos delante de Ti, como todos nuestros padres; y nuestros días sobre la tierra, cual sombra que no dura. Oh SEÑOR, Dios nuestro, toda esta abundancia que hemos preparado para edificar casa a Tu santo nombre, de Tu mano es, y todo es Tuyo. Yo sé, Dios mío, que Tú escudriñas los corazones, y que la rectitud Te agrada; por eso yo con rectitud de mi corazón voluntariamente Te he ofrecido todo esto, y ahora he visto con alegría que Tu pueblo, reunido aquí ahora, ha dado para Ti espontáneamente.” (1 Crónicas 29:14-17)
La oración de David al recoger las ofrendas para el Templo muestra cuál debe ser la disposición del ofrendante. No podemos darle nada a Dios que ya no venga de Él. De Él viene nuestro tiempo. De Él viene nuestra fuerza. De Él viene nuestro trabajo. De Él viene nuestro dinero. De Él viene nuestra familia. Viene de Él nuestra vida. Pero he aquí el secreto: “que Tú escudriñas los corazones, y que la rectitud Te agrada”. Dios no nos pide nada para sacarnos, sino para probar los corazones.
Toda ofrenda que se Le ofrece a Dios revela lo que está en el corazón del ofrendante y muestra su relación con Él. Por medio de la ofrenda a Dios, la persona transmite amor, dedicación y consideración. Por medio de la ofrenda a Dios, es capaz de probar la sinceridad de su corazón.
Es un privilegio que pocos entienden. Pocos saben el significado de dar y recibir de Dios. La Biblia está repleta de ejemplos, tanto de personas simples como de personas ricas que experimentaron la alegría de poder ofrecerle algo a Dios.
Comenzando por su propia vida.
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Aproveche este privilegio.
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo
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