Impactante historia sobre un norteamericano ex-vicioso e integrante de una peligrosa pandilla se convierte en libro, y es referente en conferencias en Estados Unidos
Damien Jackson tiene apenas 30 años de edad, pero lo que ya experimentó, como mínimo, sirve como trama para una película. Si, “Debería estar muerto” (título del libro de Damien) es lo que se piensa después de leer sobre su trayectoria.
Éxito en Estados Unidos (USA) y lanzado este mes, durante la 22ª Bienal Internacional del Libro, en San Pablo, la obra ya fue editada en inglés, francés, portugués y está traduciéndose al español.
Vicioso, traficante, cruel y frío son adjetivos peyorativos e impactantes que él mismo usa para definir su comportamiento en la adolescencia. El trabajo que viene desarrollando a través del Youth Power Group en escuelas, calles y guetos en el enfrentamiento a las drogas, ha llamado la atención de especialistas en USA. Llegó a recibir menciones honrosas y elogios por las conferencias que realiza en escuelas exponiendo sus vivencias, y alertando sobre los peligros de ese mal que asola a la juventud.
De visita en Brasil, Damien estuvo con la agenda llena: participó de varios eventos, hizo conferencias y dio entrevistas. El pasado domingo (19) estuvo junto al obispo Edir Macedo en reunión en Santo Amaro, capital paulista. “La historia de él es magnífica, maravillosa. Recuerdo que tuve que sacarlo de Atlanta porque después que él y su hermano se convirtieron, los bandidos querían agarrarlos; tuvimos que trasladarlos. Él formó parte de la mayor pandilla de Estados Unidos, pero Dios levanta del basurero al necesitado para sentarlo al lado de príncipes, y hoy está sentado con nosotros, los príncipes de Dios”, destacó el obispo durante la reunión.
A continuación, la entrevista concedida al Portal Arca Universal y al Periódico Folha Universal:
Periodista (P) – Sabemos que el vicio alcanza todas las clases sociales, pero los jóvenes de clase baja, están más expuestos y susceptibles al iniciación en los vicios. Usted no tenía este perfil
Damien Jackson (DJ) – Las circunstancias y el pésimo ejemplo y desarticulación familiar me llevaron a las drogas. A los 4 años, ya enfrentaba la hostilidad y negligencia de mis propios padres. Con esa edad, probé una bebida alcohólica del vaso de mi madre, dado por ella misma. Más tarde, a los 8, inhalé el primer cigarro de marihuana, ofrecido por un tío. Por más absurdo que parezca, me gustó y continué haciendo lo que mis padres hacían. Mi mamá bebía, mi padre usaba drogas. Ese era el ejemplo, la referencia que yo tenía.
P – Pero, ¿usted, no era reprendido por ellos? ¿No había límites?
DJ – Vivía en una familia desarticulada, cada un por si. Movido por la curiosidad, no resistí, continué probando y me iba gustando; pero voy a contar eso más adelante.
P – Su familia estaba desarticulada, pero con alto poder adquisitivo, ¿verdad?
DJ – Así es, las raíces del mal están en todas las clases sociales. Hasta los 7 años, viví en una casa nada simple. Una bella residencia de seis cuartos, ubicada en un barrio distinguido, con varios autos en el garaje, empleadas, ama de llaves y derecho a paseos en limusina los fines de semana. Una buena vida norteamericana que contribuía para disfrazar la infelicidad de mi familia.
Madre mafiosa y padre homosexual
P – ¿Que relación tenía su familia con la mafia?
DJ – Mi madre formaba parte de la poderosa mafia italiana y coordinaba la venta de drogas en diversos puntos de Atlanta.
P – ¿Y su padre?
DJ – Era un padre ausente y poco le importaban sus hijos. Crecí rechazado, mi padre ni siquiera se quedaba en casa; pero cuando estaba, me golpeaba sin ningún motivo.
P – Pero, ¿Por qué tanta ira hacia usted?
DJ – Era un hombre problemático. Me pegaba mucho, llevaba palizas, muchas veces sin motivo. Nuestra situación empeoró cuando mi madre necesitó huir por la persecución de la policía. Dejamos la vida de confort atrás y pasamos a vivir en una situación precaria.
P – De la mansión a la pobreza. ¿Cómo fue ese período?
DJ – Fue un período terrible porque mi madre, que era comprensiva y cariñosa, se volvió agresiva. Si las referencias familiares ya no eran buenas, se perdieron con una revelación sorprendente. Un día, después de humillar mucho a mi madre, mi padre admitió que era homosexual. Contó que se relacionara con más de 2 mil hombres. “También tengo HIV”, confesó mi padre, yéndose de casa después.
P – ¿Fue en ese período que usted se volcó a las drogas?
DJ – Después de un tiempo, mi madre consiguió restablecerse y tuvo otro compañero, que fue a vivir con ella. Él no me aceptaba y le exigió que decidiera: o él o yo. Y mi madre optó por quedarse con él. Quedé desorientado. Busqué a mi padre para pedirle ayuda y lo que recibí fue desprecio, él no quiso saber de mí. Fui a vivir en las calles y ahí comenzó todo.
P – La calle fue su pasaporte hacia la libertad y el fin de los malos tratos. ¿y qué pasó?
DJ – Si, obtuve la libertad y me dejaron de pegar, pero en ese período me volqué mucho más a los vicios de la marihuana, crac, éxtasis y analgésicos. Rápidamente me di cuenta que tendría que asumir la personalidad que las calles y el vicio imponen. De ahí para ingresar al crimen, fue un paso.
Ganando el respeto de las pandillas
P – ¿Qué artificios usted usó para conquistar espacio en el crimen? Era un inexperto de clase media alta…
DJ – Me volví integrante de una peligrosa pandilla que actúa en varias regiones de los Estados Unidos. Muy rápido fui el líder del grupo en Gwinett Dekalb, el barrio en que comencé a vivir. Los “Blood”, que significa “Sangre” en inglés, eran conocidos por la violencia. Delitos, robos, fraudes con cheques, compra de mujeres para la prostitución, palizas, violaciones y muertes estaban entre las prácticas de la facción. Sólo no admitía que los miembros de mi grupo violaran a quien quiera que fuese.
P– Pero, ¿después fue aceptado?
DJ – Conquisté mi espacio. Para sobrevivir en el crimen, fue necesario demarcar el territorio, imponer respeto a los criminales y traficantes.
P – ¿No había miedo, inseguridad?
DJ – Vivía un conflicto, porque no me conformaba con el hecho de haberme transformado en aquella persona fría y cruel; yo detestaba aquella realidad. Poco a poco, mi vida se tornó un infierno. Fui preso varias veces. Era odiado por los bandidos y por la policía, intentaba protegerme de ellos de la manera que podía.
P – ¿No reflexionaba que estaba destruyendo su vida?
DJ – Yo odiaba mi vida. Un día fui a esconderme en el bosque, en un lugar secreto, que pocos de mi pandilla sabían donde quedaba. Allí, me drogué, bebí. Me fui deprimiendo y los pensamientos venían como flashes de mi pasado, de las cosas malas que había practicado, y una convicción maldita de que no había forma de salir, que lo mejor era terminar con mi vida. Apunté el arma en dirección a mi cabeza. Pensaba en dar fin a aquel sufrimiento allí. Pero un “amigo” llegó justo en ese momento y desistí.
P – ¿Cuándo le cayó la ficha?
DJ – Cada día me sentía más débil de espíritu, sin contar que jamás pensé que pasaría de los 18 años. Mi hermano, 3 años mayor que yo, también estuvo lado a lado conmigo en esa vida errada. Comencé a frecuentar iglesias cristianas, pero era muy criticado, especialmente por el modo de vestirme y el hecho de vivir todo el tiempo drogado. Tenía muchos tatuajes.
P – ¿Cómo fue recibido en la Iglesia Universal?
DJ – Cuando entré por primera vez en la Iglesia Universal de Atlanta, encontré lo que realmente buscaba y aprendía a luchar con Dios y a usar la fe de manera inteligente. Recuerdo que ni siquiera la ropa llamativa que tenía puesta (roja, del color de la pandilla de la cual era miembro) provocó extrañeza en los pastores y obreros. Al contrario, me trataron con tanto cariño, que hasta hoy estoy allá, y como pastor, transmitiendo la Palabra de Dios.