Sus ojos pueden ver. Está allá. Pero su mente no es capaz de creer. Por más que sea real, no es posible. Lo que la conciencia no conoce demora para que tenga sentido para el cerebro. Por eso es imposible definir lo que está sucediendo.
Las palabras estampadas en la pared hacen al rey temblar de miedo. Aunque la caligrafía sea perfecta, el asombro por lo que surgió allí es grande. “MENE, MENE, TEQUEL E PARSIM”, dice la sentencia. Pero el rey no sabe lo que significa.
Poco a poco, va cayendo sobre el gran banquete del rey un velo de silencio y confusión. Los mil convidados murmuran entre sí, ofrecen soluciones susurradas e ineficaces, miran la pared fingiendo desdén, intentando esconder el miedo. El séquito del rey, sus mujeres y concubinas, secretean entre si la impotencia que cargan.
¿Qué hacer cuando su pueblo, en su castillo, se da cuenta de su incapacidad de lidiar con la situación? ¿En qué creer en el momento en que la pared traza letras escritas por nadie. ¿Milagro? ¿Terror? ¿Qué significan esas palabras?
“Leeré la escritura al rey, y le daré la interpretación.” anuncia el anciano que se presenta como Daniel.
“Este hombre”, dice la reina – madre, “tiene el espíritu de los dioses santos. Con inteligencia y sabiduría fue jefe de los magos cuando el padre del rey aun estaba vivo.”
“Y ahora fueron traídos delante de mí sabios y astrólogos para que leyesen esta escritura y me diesen su interpretación; pero no han podido mostrarme la interpretación del asunto”, explica el rey. Yo, pues, he oído de ti que puedes dar interpretaciones y resolver dificultades. Si ahora puedes leer esta escritura y darme su interpretación, serás vestido de púrpura, y un collar de oro llevarás en tu cuello, y serás el tercer señor en el reino.”
Nada de eso quiere Daniel, sino hacer saber en alta voz lo que el rey quiere y lo que no quiere saber.
“El Altísimo Dios, oh rey, dio a Nabucodonosor tu padre el reino y la grandeza, la gloria y la majestad… Mas cuando su corazón se ensoberbeció, y su espíritu se endureció en su orgullo…”
Claro que no está permitido insultar al rey ni a sus antepasados. Pero ¿qué hacer cuando sus ojos ven una acción divina tan de cerca? ¿Qué hacer cuando sólo una persona puede revelar el secreto que tanto lo ha turbado?
“Y tú, su hijo Belsasar, no has humillado tu corazón, sabiendo todo esto; sino que contra el Señor del cielo te has ensoberbecido, además de esto, diste alabanza a dioses de plata y oro, de bronce, de hierro, de madera y de piedra, que ni ven, ni oyen, ni saben; y al Dios en cuya mano está tu vida, y cuyos son todos tus caminos, nunca honraste.”
Los hombros reales caen en desolación. Las piernas le tiemblan. Los ojos están fijos en el suelo. “MENE, MENE, TEQUEL E PARSIM.” Sea cual sea el significado, no puede ser bueno.
“Entonces de su presencia fue enviada la mano que trazó esta escritura. Y la escritura que trazó es: MENE, MENE, TEKEL, UPARSIN. Esta es la interpretación del asunto: MENE: Contó Dios tu reino, y le ha puesto fin.”
Ahora los ojos reales creen en lo que ven. De hecho, todos ven lo mismo: el castigo divino.
“TEKEL: Pesado has sido en balanza, y fuiste hallado falto.”
Cuando se comunica su incapacidad a su pueblo, dentro de su propia casa, usted solo puede aceptar las palabras en silencio. Y creer en éstas.
“PERES: Tu reino ha sido roto, y dado a los medos y a los persas.”
Cuando sólo un hombre conoce el secreto que se quiere saber, debe honrarse a ese hombre. El rey le dio presentes y lo puso 3º en el Gobierno.
Aquella misma noche, Darío, el medo, se apoderó del reino. Belsasar falleció, pues es lo que se puede hacer cuando los errores son mayores que las glorias.
(*) Daniel 5:1-31