Dios es un ser lleno de atributos y virtudes incuestionables. Pero, entre todas Sus atribuciones y virtudes, existe una que podemos decir que es la base de todas las demás: ¡la Justicia! Ninguna de las otras puede existir sin ella. Y, como un Ser tan Santo y Justo, Él exige de Sus criaturas lo mismo. Él quiere que seamos santos, puros, fieles, temerosos, obedientes, porque es imposible relacionarse con Él sin eso, pues, por mayor que sea Su amor y misericordia, por Su Santidad y Justicia, Él queda imposibilitado de bendecirnos mientras no decidamos andar con Él en justicia.
Y cuando hablamos de justicia, nos referimos a la fe práctica, sin religiosidad, pues es ella, y solamente ella, la que nos puede justificar, hacernos justos a los ojos del Altísimo. Y es interesante que, de la misma forma que Él nos exige justicia, ¡nos otorga la fe capaz de hacernos justos! ¡¡¡Eso es glorioso!!!
Y cuando vivimos esa fe, es imposible que aceptemos las injusticias impuestas por el infierno, pues esa misma fe que nos justifica, nos indigna, nos mueve, nos hace luchar por aquello que es correcto, y eso proviene del Propio Dios, que quiere que Le reclamemos nuestros derechos. Él desea más que todo mostrar en nosotros el poder de Su Justicia.
Dios no quiere que seamos como parásitos, que aceptemos las situaciones injustas y no hagamos nada. ¡No! Él quiere que nosotros reaccionemos, que hagamos lo mismo que hizo Abraham, que nos presentemos delante de Él llevándole nuestras cuestiones. Esa es la fe de la Universal, nosotros somos así, no bajamos la cabeza ante el diablo, ¿sabe por qué? Porque somos del mismo linaje de Abraham.
“Hazme recordar, entremos en juicio juntamente; habla tú para justificarte.” Isaías 43:26
Esa debe ser nuestra fe, ¡pues solo ella nos hace ver la Justicia de Dios siendo hecha!