Un niño picado por una cobra dentro de un pelotero de un McDonald’s. El ingenioso truco de beber vinagre para burlar un test de alcoholemia. El compartir una foto que le otorgará de regalo un pasaje aéreo, un celular o un auto. El libro de geografía utilizado en las escuelas de los Estados Unidos, con un mapa de América del Sur adulterado, en el que la región amazónica aparece como “territorio internacional”. El relato increíble del niño de 4 años que atravesó el desierto.
Es impresionante la cantidad de mentiras que circulan por internet. La mentira no es algo nuevo para la humanidad. La compulsión de mentir debe haber surgido con las primeras normas sociales de convivencia. Por lo tanto, para aliviar nuestra conciencia, culpamos al tránsito por llegar tarde al trabajo, al dolor de cabeza que fue el causante de haber faltado a un compromiso aburrido, o utilizamos una foto antigua para corregir el perfil de la red social. Incluso existe un estudio académico que demuestra que, en promedio, contamos 3 “mentiritas” cada 10 minutos en una conversación entre amigos.
Dejando de lado las motivaciones delictivas de quien pretende manchar la honra de alguien o la imagen de una institución, ¿qué llevaría a una persona a crear y difundir una historia falsa? Sospecho que sea el mismo placer sádico de los grafiteros que arruinan monumentos y fachadas. O la compulsión juvenil que lleva a muchachos a realizar bromas telefónicas.
Pero, existen graves riesgos que estas mentiras llevan consigo. Como la ola de desinformación sobre el virus Zika, que se difundió aún más rápido que la enfermedad. Desde repelentes caseros – sin ninguna eficacia comprobada – hasta una absurda historia sobre un lote vencido de vacunas contra la rubéola que se habría aplicado en mujeres embarazados, lo que habría ocasionado microcefalia en los bebés. Una vergüenza.
Entonces, ¿qué se debe hacer? Desconfíe siempre de lo que ve en Facebook y en sus grupos en WhatsApp. Busque una fuente de información más confiable para verificar que los sorprendentes hechos son verdaderos. Los periódicos, libros, noticieros de radio y televisión, tienen un compromiso con la verdad impuesto por la ley. Si mienten, los responsables pueden ser procesados y condenados por la Justicia. Pero internet y sus blogs anónimos, “enciclopedias colaborativas”, como Wikipedia y falsos perfiles en Twitter, no merecen ningún crédito.
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