El pecado es una enfermedad que lleva al alma a la muerte eterna. Semejante al cáncer, se extiende silenciosamente. Así como muchas personas con cáncer viven sus vidas normalmente, sin buscar tratamiento, por no saber que cargan la raíz de la muerte dentro de sí, los que viven en la práctica del pecado también suelen llevar sus vidas normalmente, sin buscar reconciliarse con Dios, porque no saben que dentro de sí cargan la raíz que los llevará al infierno.
Pero, así como el cáncer y las demás enfermedades fatales presentan síntomas, el pecado también tiene el suyo. Y el síntoma del pecado es la desobediencia.
El pecado puede estar muy bien escondido, pero las acciones y reacciones desobedientes de una persona demuestran que él está en su corazón. De la misma manera que una enfermedad interior se manifiesta en el exterior, de forma visible, a través de señales en el cuerpo, el pecado que está adentro de alguien también se manifiesta en el exterior, a través de actitudes rebeldes, de tal manera que él, que era invisible, se torna visible.
La desobediencia puede ser la punta del iceberg del orgullo, de la malicia, de la envidia, de la altivez, de la falta de temor, del alejamiento de Dios, del egoísmo, de la relajación espiritual, de la ambición y de todos los demás pecados. Ella es una injusticia que señala muchas otras injusticias. Por eso, quien desobedece a la Palabra del Altísimo o a la autoridad por Él constituida, probablemente carga algún o algunos de esos males en su interior.
Si usted ha reaccionado de manera desobediente en algún aspecto sobre las cosas de Dios, debe buscar, lo más rápido posible, la cura de la enfermedad del pecado que se está extendiendo dentro de usted. Tal vez usted desconoce la existencia de ese mal en sí mismo, pero, a partir de ahora, tiene entendimiento para identificarlo y la oportunidad para librarse de él.
No ignore un síntoma: es un aviso para que usted note que algo está equivocado y tenga la oportunidad de comenzar a hacer lo correcto. Los que lo ignoran, rechazan el tratamiento de la humildad y del arrepentimiento, desperdician la oportunidad de cura y descienden a la muerte eterna.
“Porque la paga del pecado es muerte…”, (Romanos 6.23).
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