Vanesa Martínez superó todo su pasado y logró perdonar a su marido cuando permitió que Dios la transformara por dentro. El poder de la oración y la fe hicieron que todo fuera cambiando en su vida. Conozca su historia contada con lujo de detalle por ella misma: “A los doce años comencé a sufrir, un familiar me manoseó cuando estaba borracho, me fue muy difícil contárselo a mi mamá y eso me torturó durante toda mi adolescencia. No quería tener amistades, usaba ropa holgada para no llamar la atención y me sentía aterrada en mi casa porque mi mamá no me creyó. A raíz de esta situación comencé a sufrir tormentos espirituales, me volví tímida, tenía mucho miedo y estaba llena de complejos.
Me costó mucho salir adelante, en un intento me involucré en los vicios, intentaba relacionarme con muchachos pero no los dejaba acercarse entonces me iba mal en el amor, por eso pensé en relacionarme con mujeres pensando que no me lastimarían. Cambié mi forma de vestir para llamar su atención, me volví más agresiva, usaba ropa oscura y consumía cigarrillos, cerveza, bebidas blancas, pastillas, cocaína y marihuana. A los 15 años mi vida era esa, salía todas las noches y me drogaba para evadir la tristeza que cargaba.
A los 17 años conocí a mi marido, él me pagaba las bebidas, me contó que él también había sufrido un abuso, entonces decidí salir con él porque pensé que no iba a sufrir si estaba a su lado. A los 19 años nos fuimos a vivir juntos, yo estaba embarazada. Mi marido me reprochaba que no pudiera estar bien con él y a su vez no me dejaba arreglarme porque era muy celoso.
Yo me sentía vacía, escuchaba voces y veía sombras, empecé a consultar a los espíritus para terminar con mis embarazos porque rechazaba la idea de tener un hijo. Económicamente también estaba mal, mi marido tomaba como mi papá y era violento, yo quería que él dejara de tomar, por eso recurrí a los espíritus. Después tuve un bebé pero con una cardiopatía congénita, por lo que murió al poco tiempo y me volví depresiva, me encerraba y no quería salir de mi casa.
Yo me desmayaba, tenía problemas respiratorios, me despertaba en una sala con oxígeno por el pánico y las fobias que tenía. Tomaba rivotril, me hacían estudios y no salía nada. Sentía que iba a morir en cualquier momento.
Un hermano me hablaba de la Biblia, pero yo no quería saber nada, una amiga de mi mamá me invitó a la Universal. Yo veía la programación y solo criticaba todo. Mientras me costaba salir de casa, mi marido me obligaba a asistir a las reuniones familiares entonces yo iba pero me quedaba sentada, y sola. En una oportunidad comencé a hamacarme en una silla y un familiar se acercó para burlarse. Eso me hizo reaccionar, entonces fui a la iglesia, solo al ingresar ya pude pararme firme siendo que no podía ni mantenerme en pie. Noté que ahí me podrían ayudar, los obreros me recibieron y me trataron bien a pesar de mi desconfianza. Ese primer día dejé las pastillas, seguí yendo y ya pude viajar en colectivo. Me costó liberarme, fueron tres años de liberación intensivos pero valió la pena porque mi vida cambió de verdad. Ahora amo a mis hijas, amo a mi esposo y tenemos una hermosa familia”.
[related_posts limit=”17″]