LOS SOLDADOS Y OFICIALES DEBIDAMENTE ALINEADOS EN SU FORMACIÓN; LOS UNIFORMES IMPECABLES; LOS BOTONES RELUCEN CON LOS RAYOS DE SOL DEL MEDIODÍA; LOS GUANTES, DE UN BLANCO INMACULADO; LAS ARMAS PULIDAS Y BRILLANTES…
Todos los detalles habían sido debidamente cuidados, con una perfección ejemplar, e incluso la estatura y la perfección física de aquellos hombres de guerra era muy similar.
Ellos habían sido escogidos para prestar honras a la bandera de su país y a los soldados caídos en combate.
Dos de ellos abandonaron la formación transportando una gran bandeja en la cual se encontraba la bandera, cuidadosamente doblada, al milímetro, y lista para ser izada y enarbolada, recibiendo honras de parte del rey y de todos los oficiales superiores que representaban al ejército.
Cuando el oficial encargado desenrolló la bandera y comenzó a izarla al son del himno nacional, todo aquello llamó mucho mi atención y me hizo pensar en esa solemnidad, celo y dedicación. Podía ser visto en aquellos hombres un extremo respeto y cuidado en la realización de su trabajo, de la coordinación en el saludar de la bandera, al levantar la escopeta cuyas varias salvas en honra a los soldados muertos en combate respondieron a la voz única de su capitán.
Después de observar estas imágenes, pensé en el celo y en la disciplina que mantenían los antiguos sacerdotes que sirvieron en el Tabernáculo y, más tarde, en el Templo del Dios Vivo, “El Señor de los Ejércitos de Israel”.
El pasaje de Esdras 5:8 describe cómo procedían los trabajadores durante la reconstrucción del Templo de Salomón:
Sepa el rey que hemos ido a la provincia de Judá, a la Casa del Gran Dios, que está siendo edificada con piedras enormes y vigas empotradas en las paredes; y esta obra se adelanta con gran ESMERO y prospera en sus manos.
Este es el significado de la palabra ESMERO: diligencia, prontitud, cuidado, celo con el que se quiere hacer algo.
Así debe ser nuestro servicio para Dios, para que sea aprobado, pues, si valoramos tanto la disciplina, el cuidado y la diligencia para honrar una bandera, ¡mucho más para honrar a nuestro Dios!
Es triste ver la falta de celo para con las cosas de Dios, en realidad, esto es un síntoma de declive espiritual y falta de temor de algunas personas que están entre los escogidos de Dios.
Piense en esto, obrero/a: ¿Usted tiene el mismo cuidado con su uniforme? ¿Se siente tan honrado/a como aquellos soldados al vestirlo, para servir a su Rey (Jesús) y a su patria (el Reino de Dios)?
Cuántas veces usted habrá leído este versículo que se refiere a los últimos días… ¿no es cierto?
Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará. Mateo 24:11,12
Usted podrá pensar que este “amor (que) de muchos se enfriará” se refiere a los incrédulos, pero, para que algo se enfríe, tuvo primero que estar caliente, ¿no es verdad? El siervo de Dios que está frío y acomodado deja de apreciar la Santidad de Su Obra. Los objetos sagrados para él son solo meros objetos, tratándolos de cualquier manera, y ya no se siente honrado por vestir su uniforme de obrero/a.
Aquellas tareas que realiza en la iglesia que, en el pasado, eran un privilegio para él, ahora se convirtieron en una molestia. El amor que este siervo tenía por la Obra de Dios se enfrió, pues no le dio el mantenimiento a su espiritualidad y pasó a realizar la Obra de Dios como si fuera solo un trabajo cualquiera.
Qué triste es… Creo que debemos meditar sobre este tema, pues nosotros somos responsables por celar por la Obra de Dios, por cuidar para que todo sea hecho como debe ser, sin encubrir nunca lo que está mal, al contrario, ¡debemos ser exigentes con la calidad de lo que se ofrece a Dios!
Él no acepta ‘cualquier cosa’… y, si aquel que no tiene Su Espíritu da su mejor para este mundo, ¿qué decir de nosotros, que tenemos el Espíritu Santo?
¡Debemos dar nuestro mejor para Dios SIEMPRE y no acomodarnos haciendo las cosas de forma mediocre!
Maldito el que hiciere indolentemente la Obra del Señor, y maldito el que detuviere de la sangre su espada. Jeremías 48:10
Colaboró: Obispo Antonio de Francisco