“De cierto os digo, que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él.” (Lucas 18:17)
No es infantilidad. Es simplicidad. El niño pequeño está dispuesto a obedecer la voz de su padre. Obedece porque cree: cree porque depende de él; depende de él porque sabe que es pequeño. Cree que en él encontrará todas las respuestas. Por eso, pregunta todo. Quiere saber todo. Quiere entender.
Inocente, cree en todo lo que él dice. Jamás imagina que el padre o la madre puedan lastimarlo. Tanto es así que los padres deben orientarlo a no hablar con extraños. A no confiar en cualquiera. Si no confiara con tanta facilidad, no necesitaría de esa orientación.
Cuando los padres hablan, él no duda. Está siempre abierto a aprender y a querer colocar en práctica inmediatamente lo que el adulto le enseñó. Su mente es una esponja, lista para absorber todo lo que le es enseñado. Es así que debemos recibir al Reino de Dios. Sin dudas, sin desconfianzas.
El Señor Jesús es claro: el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él. No es opcional. Es la única manera. Abandonar la malicia. La malicia de los desconfiados. La malicia de los religiosos. La malicia de los chismosos. Y recibir el Reino de Dios como un niño. Con la pureza de un niño. Con la inocencia y simplicidad de un niño. Es necesario humillarse delante de Dios en busca de ese nuevo corazón. Si no fuera posible, Él no lo pediría.
Haga clic aquí y vea el mensaje anterior.
Solo podremos entrar en el Reino de Dios si somos simples como un niño.
¿Le gustó este mensaje? Compártalo con sus amigos y familiares en sus redes sociales
Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo
[related-content]