“Y sucederá que como fuisteis maldición entre las naciones, oh casa de Judá y casa de Israel, así os salvaré y seréis bendición. No temáis, mas esfuércense vuestras manos.” (Zacarías 8:13)
Nicodemo llevaba una vida religiosa impecable, pero oyó del Señor Jesús: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.” (Juan 3:3). Parecía absurdo. “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?” (Juan 3:4). El entendimiento de Nicodemo aún era estrictamente carnal. El Señor Jesús respondió: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.” (Juan 3:5).
El nuevo nacimiento no es un simple cambio de hábitos o de religión, es una profunda transformación del carácter. Una nueva persona. Un nuevo corazón; un nuevo pensamiento; una nueva visión de vida. Un hijo de Dios, con la naturaleza del Padre. Eso solo lo puede hacer el Espíritu de Dios. Por eso, hay que buscarlo con todas las fuerzas.
Así, quien era maldición pasa a ser bendición. No simplemente bendecido, sino la propia bendición. Su carácter cambia; tarde o temprano será considerado el mejor hijo; un ciudadano honrado; un modelo de padre; una madre extraordinaria; la esposa ideal; el marido ejemplar; un profesional excelente.
Es el mayor milagro que un ser humano puede alcanzar. Y está a disposición de quien cree. De quien se dispone a entregar su vida a cambio de una nueva vida.
Nacer no es fácil. Crecer, tampoco. Pero la promesa es para quien decide abrazar esa nueva chance y comenzar de nuevo. No más a su manera, sino a la manera de Dios.
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La promesa está a disposición de quien se entrega.
¿Qué tal nacer de nuevo? Si usted anhela eso para su vida, participe de una reunión este domingo en la Universal y entienda más sobre este tema. Ingrese aquí para encontrar la dirección de una iglesia más cercana a usted.
Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo
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