“Buscáis mucho, y halláis poco; y encerráis en casa, y Yo lo disiparé en un soplo. ¿Por qué? dice el SEÑOR de los Ejércitos. Por cuanto Mi casa está desierta, y cada uno de vosotros corre a su propia casa.” (Hageo 1:9)
¿Cuántas veces vimos que sucede eso? La persona espera mucho, pero termina sin nada. Su salario parece ir a un bolsillo roto. El dinero no sirve para nada, las peleas en su casa no tienen fin. Problemas encima de problemas. Las preocupaciones aumentan y la persona corre para allá y para acá, intentando resolver algo.
En la época del profeta Hageo, el Templo estaba en ruinas y el pueblo iba dejando la reconstrucción para más adelante. Hoy sucede lo mismo. Preocupados por las necesidades diarias, por los problemas que crecen o envueltos en distracciones, muchos dejan las cosas de Dios para después. ¿Orar para buscar dirección?
No hay tiempo, decido solo. ¿Ir a la iglesia? No puedo, llegó un cliente a último momento. O “tengo sueño”, “trabajé toda la semana”. ¿Dar el diezmo? Con tantos compromisos asumidos con las personas, no sé si me va a sobrar el dinero. ¿Dios realmente tiene que venir en primer lugar?
No sirve esperar lo mucho cuando se le dedica tan poco a Dios. Ya vimos que dependemos de Él para todo y que, sin Él, nada podemos hacer. Por otra parte, si hacemos las cosas sin considerarlo, ¿cómo esperar algo positivo? A nadie le importaba el Templo. Todos corrían a su propia casa. La casa de Dios continuaba siendo tratada de cualquier manera. ¿Quién era la prioridad en la vida de aquellas personas? Ellas mismas, claro. La prioridad es lo que recibe su mayor atención.
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Ponga los intereses de Dios en primer lugar.
Si usted quiere alcanzar un cambio de vida, no pierda más tiempo y participe hoy mismo de una reunión en la Universal. Haga clic aquí para encontrar la dirección de una iglesia más cercana a usted.
Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo
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