Cuando hablamos de la visión, estamos hablando de compresión, sueño, imaginación.
David dijo:
Una cosa he demandado al Señor, esta buscaré; que esté yo en la Casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del Señor, y para inquirir en Su Templo. Salmos 27:4
¿Cuál era el sueño de David? ¿Qué era lo que estaba en su imaginación? Él soñaba, imaginaba, vivir todos los días en la Casa de Dios. Pues tenía la comprensión de que toda la gloria, la riqueza, la fama y el poder que tenía no se comparaba a la gloria de vivir en la Casa de Dios todos los días y contemplar Su belleza.
Nosotros fuimos hechos para mucho más de lo que tenemos y podamos tener, recibimos y podamos recibir en este mundo. Está escrito:
Antes bien, como está escrito: cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que Le aman. 1 Corintios 2:9
La mayor visión, la visión primera, tiene que ser la eternidad con Dios. No dejemos que el diablo, a través del brillo de este mundo, de las preocupaciones y las ansiedades, nos haga perder esta visión, la visión espiritual y eterna.
Lamentablemente, hay personas que, incluso estando dentro de la iglesia, en nuestro medio, tienen una visión terrena, dirigida solamente hacia lo que esta vida ofrece.
Cuando, por ejemplo, se habla de ofrendas y sacrificios, se incomodan, pues es donde está su visión y su corazón. Por otro lado, aquel que posee visión espiritual no se incomoda cuando oye hablar de ofrendas y sacrificios. Para él, incluso es placentero, pues sabe que dar va a traerle tanto el beneficio para hoy como para la eternidad (1 Crónicas 29:1).
Tengamos la visión de la prosperidad que, por la fe, podemos conquistar en este mundo. Sin embargo, no podemos invertir los valores. La primera visión es la eternidad con nuestro Señor.