El Salmo 73 fue escrito por el salmista Asaf, profeta, un levita en la Casa de Dios. Aun siendo sacerdote, ese hombre tenía un grave problema: “En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; por poco resbalaron mis pasos.”, (Salmos 73:2). ¿Qué estaba haciendo que sus pies casi se aparten de la fe? Él mismo lo responde en el versículo siguiente: “Porque tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos.”, (Salmos 73:3)
Sirviendo a Dios, dando lo mejor de sí, los ojos de Asaf se fijaron en los que vivían lejos de Dios. Luego continúa: “Porque no tienen congojas por su muerte, pues su vigor está entero. No pasan trabajos como los otros mortales, ni son azotados como los demás hombres.”, (Salmos 73:4-5).
Quien está diciendo esto no es el Espíritu Santo, sino el salmista Asaf. Él pensaba que las personas del mundo, los incrédulos, los impíos, tenían más prosperidad, eran más felices que él que era un hombre de Dios. ¿Por qué lo veía así? Porque sus ojos estaban mal. Él no estaba haciendo la obra de Dios con todo su corazón, con todas sus fuerzas. Él estaba mirando a los demás en vez de observar a los de la fe que estaban conquistando, como Abraham, Isaac, Israel o Moisés. Él estaba fijándose en los incrédulos, los impíos, en aquellos que se iban al infierno, y eso fue lo que hizo que sus pies estuvieran casi en el infierno.
¿Cómo es posible que un hombre, una mujer de Dios que sirve en el Altar, que tiene el alto privilegio de servir a Dios, sienta envidia de los que se van al infierno? No hay mayor privilegio que ser un siervo de Dios. Yo prefiero ser siervo de Dios que “señor” con el diablo; prefiero ser siervo de Dios que ser el presidente de un país y tener todo el poder, el dinero y la autoridad de este mundo; prefiero ser un siervo, porque sirviendo al Señor siempre estoy siempre ante Su presencia, ante Su faz.
Esa era la situación de Asaf y, tal vez, esa haya sido su situación. Quizás por eso resbalaron sus pies. Cuando usted lea el Salmo 73 completo, entenderá todo mejor, porque llega un momento en el que el salmista dice lo siguiente: “Cuando pensé para saber esto, fue duro trabajo para mí, hasta que entrando en el santuario de Dios, comprendí el fin de ellos.”, (Salmos 73:16-17).
No mire a nadie, no mire a los que están bien, que aparentemente están bien, ¡no los mire! No mire a nadie que esté aprovechándose de la debilidad de los demás, que esté robando, mintiendo, adulterando, y haciendo el mal y que, aun así, parecen no ser castigados, ¡no los mire!
Si usted es el templo del Espíritu Santo, es una criatura que fue llamada y escogida por Dios para servirlo como Su testimonio vivo. Solo quien tiene el Espíritu de Dios tiene poder para testificar sobre la resurrección de Jesús.
Cuando yo hablo de la resurrección de Jesús, estoy sirviendo a mi Dios, intentando resucitar a aquellos que están muertos en sus delitos y pecados.
Usted entró al Santuario de Dios y ahora usted entiende cuál es el fin de los impíos y el principio de su vida.
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