Quiero enseñarles uno de los secretos de la fe, que es la que nos da la fuerza para luchar, nos da visión para estudiar, para trabajar y para invertir. Lo que mueve la fe es el sacrificio de entregarse a lo que usted cree y luchar por ello.
Dios dice: “El Señor prueba al justo, pero al malo y al que ama la violencia, Su alma los aborrece.”, (Salmos 11:5). Dios prueba al justo, quizás usted se pregunte ¿por qué Él prueba a una persona que ya conoce? Si Él sabe todas las cosas, ¿por qué me prueba? Él nos prueba para que nos conozcamos a nosotros mismos. Para que podamos conocer los límites de nuestra fe y saber qué tipo de fe tenemos.
Dios nos dio una medida de fe a cada uno, y por menor que sea, es capaz de mover montañas, es decir, es capaz de hacer cualquier cosa, incluso lo que es imposible. Pero esa fe pequeñita que tiene usted necesita ser puesta en práctica, ejercitada, ejecutada. De lo contrario, aunque sea mínima, no traerá ningún beneficio.
Dios no nos trata de acuerdo con nuestros méritos, Él tampoco le va a decir: “Eres pecador, no te bendeciré”. La fe, por menor que sea, cuando se la ejercita hace que seamos justos ante Dios. Una vez que usted presenta fe en el Señor Jesús, por menor que sea esa fe, se vuelve limpio delante de Dios, merecedor. ¿Qué se necesita para ejercitar esa fe? Sacrificio.
Yo puedo ser fiel a Dios, correcto, íntegro, puedo ser lo que sea, pero si no hago mi sacrificio, mi fe no funcionará, no tomaré posesión de lo que quiero. No es porque soy siervo de Dios, no es porque me dedico a Su obra en favor de las personas que, automáticamente, estaré apto para recibir Sus bendiciones. Tengo que sacrificar mi vida permanentemente, porque si no hay sacrificio, no hay beneficios. Porque cuando usted sacrifica, está probando que cree. Y ese sacrificio debe ser hecho todo el tiempo.
Pedro, por ejemplo, puso a prueba la Palabra de Jesús, cuando le dijo: “…Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas.”, (Mateo 14:28). En ese mismo momento, Pedro descendió del barco y empezó a caminar sobre las aguas. Solo que la fe que tuvo para comenzar a caminar en dirección a Jesús no fue suficiente. Él tenía que continuar mirando hacia Jesús, mantenerse creyendo y continuar caminando. Pero comenzó a observar el viento, que estaba soplando muy fuerte, a las olas, que estaban creciendo, y empezó a hundirse. Las circunstancias lo hicieron desconfiar, lo hicieron dudar, y esa es la razón del fracaso de las personas. Si usted mira a las circunstancias, duda y deja de mirar hacia Dios.
Siendo así, la culpa de su fracaso no es de la iglesia, ni de Dios, ni del pastor, la culpa es suya. Usted falló en su fe, porque le prestó más atención a las circunstancias que a la Palabra de Dios.
Dios lo probó y usted no pasó la prueba. Sus sentimientos lo dejaron frágil, débil, y entonces comenzó a hundirse. Para revertir esa situación entréguese a Dios, comprométase a depender de Él, haga una alianza y manténgase en ella.
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