Hola, mi nombre es Mayara, tengo 19 años. Dios transformó mi vida.
Ya en mi infancia, nunca me gustaba jugar con cosas de niñas o cualquier otro juego que involucrara a niñas. Y debido a ese comportamiento, era un poco agresiva con mis hermanas, y muchas veces las golpeaba. Fue con esa postura que me fui convirtiendo en una adolescente rebelde.
A causa de eso, mi pre adolescencia estuvo llena de amigos (solamente chicos). En la escuela, me veían diferente, pues mi ropa siempre era masculina. Nadie quería estar cerca de mí, y por ese motivo muchas veces me desviaba de camino y no iba a la escuela. Con el tiempo, me fui haciendo popular con esa forma de ser, varias personas me rodeaban, principalmente chicas. Era el centro de atenciones en la escuela y me fui adaptando a los nuevos amigos, ya que tenía un poco de dificultad para hacer nuevas amistades. Pero, aun siendo popular entre los nuevos amigos, me sentía diferente a todos. Más tarde, con la influencia de esos mismos “amigos”, comencé a involucrarme con chicas, pues en casa nunca tenía la atención de mis padres, y en medio de ellos sí. Primero, porque mi madre se había ido a vivir a otra ciudad y me había quedado a vivir solamente con mi padre que, lamentablemente, se iba todos los días a tomar y a drogarse dejándome sola en casa.
Con el pasar del tiempo, una de mis hermanas fue a vivir conmigo, y fue asesinada cerca de mi casa. Con aquel episodio en mi mente, me torné más rebelde y agresiva. Empecé a involucrarme con armas, drogas y fiestas. Llevaba drogas y armas de una ciudad a otra y me gustaba bailar en grupos de baile. Ya no lograba vivir en ningún lugar. Viví en la casa de varias personas en diversos barrios de Natal – barrios muy peligrosos.
Y fue entonces que comencé a frecuentar bailes gays, donde todos eran físicamente iguales a mí. Aun estando en un lugar “divertido”, siempre me sentía vacía y triste. No entendía la razón de ese sentimiento de soledad. Había varias chicas atrás de mí, usaba la mejor ropa y tomaba la mejor bebida, pero cuando llegaba a casa, lloraba, intentando saber el porqué de tanto dolor en el alma. Y fue en busca de alivio que intenté suicidarme. Pensaba que si me quitaba la vida daría fin a aquel dolor, ¡qué engaño!
Aun pasando por ese sufrimiento, yo conocía el trabajo de la FJU (Fuerza Joven Universal). Pero no quería renunciar a las novias, al funk y a los amigos. Las obreras nunca desistieron de mí, siempre me invitaban para que fuera a la iglesia los domingos a la mañana. Y como siempre, yo inventaba excusas para no ir. Hasta que un día golpearon las ganas de conocer la reunión del domingo. Fui y me senté en las últimas butacas. Recuerdo que fui en bermudas y sandalias, y no lograba enfocarme en lo que el pastor predicaba, no estaba interesada en lo más mínimo en lo que él decía en el Altar.
Estuve un tiempo sin ir, pero comencé a observar que en la iglesia me prestaban atención. Siempre había jóvenes sonriéndome, felices porque yo estaba allí, preguntándome si estaba bien. Se sentaban a charlar conmigo, siempre mostrándome el valor que yo tenía para Dios.
De aquel día en adelante, me embarqué en una lucha espiritual, y estaba SEGURA de que iba a vencer de una vez por todas. No voy a negarlo, fue muy difícil, pero estaba decidida. Tomar la actitud de bautizarme en las aguas fue crucial para mi nueva vida. Con tres meses de Universal, ¡vino el cambio por completo!
Agarré toda mi ropa y la tiré. Le pedí ayuda a mi hermana para conseguir ropa nueva. Eso fue impactante para todos, principalmente para mí.
Al comienzo fue muy difícil adaptarme a la nueva vestimenta, ya que había usado ropa masculina durante muchos años. Fue muy raro al principio aprender a usar los accesorios femeninos, era como si estuviese entrando en otro mundo, pero en algunos meses me fui adaptando.
Comencé a dedicarme más en la iglesia, iba más veces durante la semana, pues hacía de todo para tener el Espíritu Santo… ¡Quería tenerlo!
Estaba dispuesta a llamar Su atención.
¡Y finalmente conquisté a mi amado Espíritu Santo!
Ah, ¡¡¡qué día!!!
Algo que no tiene explicación. Simplemente cambia todo, no importa nada más. El pensamiento que se tiene es que la alegría vive para siempre dentro de uno, y que todos conocerán a ese amor incondicional. Nace el amor por las almas, ¡y todo lo que se quiere hacer es hablarle de Dios a quien no Lo conoce!
Hasta hoy recuerdo una frase que me dijo el líder de la FJU allá en el comienzo: “No necesitas cambiar tu forma de ser, deja que el Espíritu Santo te guíe.” Y fue exactamente eso lo que sucedió.
Ahora soy una nueva criatura.
Hoy, vivo con mis padres nuevamente y fui consagrada a obrera el último 29 de noviembre de 2015. Un momento de mucha alegría, ¡total excelencia a mi Dios!
Sí, mi mayor deseo es hacer la Obra en el Altar y llevar mi historia de vida por donde pase. Ganar almas para el Reino de Dios…
Mi vida, que un día fue motivo de tristeza, hoy tiene alegría de servir al Dios que la transformó por completo.
¡ALGUIEN CREYÓ EN MÍ!
Colaboró: Obispo Marcello Brayner