“Tú, pues, ciñe tus lomos, levántate, y háblales todo cuanto te mande; no temas delante de ellos, para que no te haga Yo quebrantar delante de ellos.” (Jeremías 1:17)
Cuando Dios lo llamó, Jeremías no creía en sí mismo. Muy joven, recibió de Dios la incumbencia de hablar contra reyes, príncipes y sacerdotes de su pueblo.
“Y yo dije: ¡Ah! ¡Ah, SEÑOR Dios! He aquí, no sé hablar, porque soy niño. Y me dijo el SEÑOR: No digas: Soy un niño; porque a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande. No temas delante de ellos, porque contigo estoy para librarte, dice el SEÑOR. Y extendió el SEÑOR Su mano y tocó mi boca, y me dijo el SEÑOR: He aquí he puesto Mis palabras en tu boca.” (Jeremías 1:6-9)
Dios le dejó en claro a Jeremías que había una sociedad entre ellos. No necesitaba temer porque Dios estaba con él. Dios incluso colocaría en su boca las palabras correctas. Jeremías no podría darse más el lujo de no creer en sí mismo, pues Dios estaba creyendo en él. Si el propio Dios creía en él, ¿quién era él para no creer?
Por creer en Dios, Jeremías obedeció y creyó en sí mismo. Aunque aún se sintiera como un niño, inseguro, decidió creer en lo que Dios le dijo. Cimentado en esa fe, actuó según el pacto que había hecho con Dios. A causa de esa sociedad establecida entre Dios y Jeremías, él sacrificó su inseguridad.
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Si Dios cree en usted, ¿quién piensa que es usted para no creer?
Si usted quiere aprender más sobre este tema, participe de la Noche de la Salvación, que se realiza todos los miércoles en la Universal. Haga clic aquí para buscar la dirección de una iglesia más cercana a usted.
Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo
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