Noemí Ríos se acercó a la Universal a mediados de 2001 en una situación muy mala porque no había suficiente trabajo. Había viajado de Corrientes a Buenos Aires con su esposo buscando una mejor calidad de vida para sus hijos, porque ella trabajaba con la intención de salir adelante, pero el dinero que ganaba no le alcanzaba para cubrir las necesidades básicas. La situación económica no era para nada buena, aun así ella trabajaba y le enviaban alimentos a los pequeños que habían quedado en el interior con su madre.
“Un día acompañé a mi marido al médico y al salir del consultorio se desplomó en mis brazos porque le habían detectado cáncer de colon y le daban un mes de vida. Mi hermana apenas supo de la situación nos invitó a la Universal. Así llegamos a la iglesia, estábamos tan mal que inmediatamente comenzamos un tratamiento espiritual para ser libres de todo el tormento. Yo no lograba creer en Dios de verdad y me era imposible perdonar, eso me impedía estar bien. Durante once años hice las cosas mal, participaba de las reuniones y me comprometía sin pensar a la hora de hacer votos con Dios y eso me trabó mucho por mi desobediencia”, cuenta.
Hubo un momento en que tuvo que probar su fe ante una situación límite y ella aprobó la prueba, porque el cáncer desapareció.
“A mediados de diciembre del año pasado me detectaron un cáncer terminal que comenzó en el útero, se ramificó en el colon, de ahí a la mama y también a la garganta. Los médicos me dieron 6 meses de vida, si me tocaban me iba a quedar un mes de vida solamente. No tenía muchas opciones, me iban a hacer quimioterapia mientras estuviera viva, pero no garantizaban nada. Hasta el médico me dijo que estaba en las manos de Dios. Me enviaron a la psicóloga para que me preparara para morir y para preparar a mi familia. Yo no acepté la situación y me dispuse a usar mi fe a pleno”, relata al describir ese difícil momento.
Ella estaba segura de que Dios la iba a sanar, le pedía a Dios fuerzas para vencer ese gigante. Fue muy difícil el tratamiento, pero ella aprovechó cada momento para poner su fe en acción. “Le pedía a Dios fuerzas para no usar mis sentimientos porque iba a un grupo de acompañamiento, éramos unos veinte, pero en cada encuentro nos enterábamos que siempre alguno moría, solo quedamos vivos tres integrantes del grupo.
La Hoguera Santa fue mi oportunidad, no dudé porque sabía que Dios podía sanarme. A la semana, luego de una junta médica, el doctor me dijo que el cáncer había desaparecido. Él había visto mi lucha, los estudios mostraban que mi cuerpo estaba completamente libre. Mi marido también fue sanado y hoy tenemos una vida maravillosa junto con nuestros hijos. Dios me dio todo cuando aprendí a obedecer”, afirma sonriendo.
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