Liliana Castillo comenzó con problemas en su infancia, en su familia había mucho maltrato físico y verbal, incluso hubo abusos.
“Hoy lo puedo contar porque no me causa dolor, no está más en mí ese dolor, el Señor Jesús me dio una nueva vida”, afirma al contar el calvario que vivió por años.
“El esposo de mi mamá nos maltrataba, él era muy agresivo, nos golpeaba y nos torturaba, eran horas y horas de rodillas o nos quemaba con aceite caliente… Esto comenzó cuando tenía seis años de edad y provocó en mí mucho odio, también estaba muy enojada con mi mamá porque no nos protegía. A los 8 años esta persona abusó de mí y con mi hermano intentamos contarle a mi mamá. Crecí culpándola, odiándola, y me volví una persona difícil de llevar. A los doce lo enfrentaba y no aceptaba más los golpes físicos. Cuando fui más grande comencé a tener vergüenza del abuso que sufrí. Me volví agresiva y me escapaba de mi casa.
Conocí a alguien y quedé embarazada, querían que abortara y yo luché por tener el bebé. Ser mamá fue la mejor elección que tomé, dedicarme al nene me ayudó mucho a enfrentar más cosas. Pero tuve ataques de nervios y depresión, llegué a no querer bañarme, a no levantarme de la cama, a intentar suicidarme. En un momento tuve todo, pero no me sentía bien porque estaba vacía. Afuera no me faltaba nada, pero necesitaba ayuda para mi interior. A través de mi mamá llegué a la Universal, participé de las reuniones y fui cambiando, noté que desaparecían los dolores de cabeza, me veía diferente, la gente lo notaba. Dios llenó mi interior, quitó los traumas, la tristeza, todo. Antes revivía el dolor cada vez que hablaba del tema, pero ahora no me afecta porque Dios transformó toda mi vida”.
Esta fe que Liliana aprendió a usar en la Universal le sirvió también para bendecir a sus familiares. “Hace poco, mi hermano recibió una golpiza. Quedó muy mal porque le pegaron muchas veces en la cabeza. Estuvo cuatro días internado en terapia intensiva con pronóstico reservado.
Los médicos nos dijeron que si salía de esa situación iba a tener que tomar medicación de por vida porque las lesiones que le habían causado los golpes podían provocarle convulsiones, no iba a poder subir escaleras y lo iban a tener que medicar con antidepresivos y otras pastillas.
Frente a esa situación, decidí hacer una prueba de fe a través de mi sacrificio en la Hoguera Santa, y Dios me respondió. Mi hermano está fuera de peligro, los neurólogos no pueden creer lo rápida que fue su recuperación, también nos dijeron que no va a tener que tomar ningún tipo de medicación, dado que su estado de salud es perfecto”, finaliza esta mujer que probó el poder de Dios en su vida y también en la de sus seres queridos.
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