Norma Paetz enfrentó momentos complicados en su matrimonio, las agresiones se habían vuelto algo recurrente, como había sucedido con el matrimonio de sus padres debido al alcoholismo de su papá. “Mi infancia fue muy difícil, mi papá era un buen padre hasta que regresaba alcoholizado y todo se volvía un infierno, nos maltrataba y eso era muy triste. El alcohol lo transformaba. A raíz de esta situación en mi casa, a los 14 años conocí a quien hoy es mi esposo y nos fuimos a vivir juntos buscando formar nuestra propia familia.
A los 15 tuve a mi primera hija y al mes de vida, murió de muerte súbita. Con todo esto quedé muy mal, no podía dormir, me aferraba al cajón porque no aceptaba que el fruto de nuestro amor ya no esté con nosotros. Comencé a escuchar su llanto, sentía que me asfixiaba, ponía su foto en una pared porque era como si siguiera viva, yo la veía. Me decían que era su espíritu que venía a conocer a sus hermanos, pero no era eso. En las pesadillas escuchaba que me llamaba, que sacaba las manos de debajo de la tierra y me pedía que la sacara de allí, me estaba volviendo loca por el dolor y el sufrimiento. Los problemas entre nosotros se sumaban a este tormento, por eso nos separamos muchas veces”, relata ella.
Cuando nació su tercera hija, Justino comenzó a golpear y a agredir verbalmente a Norma. La violencia aumentaba a medida que los días pasaban, él la golpeaba con el puño cerrado y la tiraba al piso porque no soportaba que ella lo celara por sus salidas nocturnas. “Él era músico y se gastaba todo el dinero con los amigos, yo sostenía todo económicamente y ese era otro motivo de las discusiones. Busqué ayuda en los espíritus, me pedían animales para hacer sacrificios, pero nada funcionaba. Recuerdo que varias veces golpeé a mi esposo, yo me defendía de sus golpes, me decía que no iba a ser como mi mamá e intenté matarlo”, destaca ella.
Su situación económica no era buena, estuvieron tan mal que perdieron todos los ingresos, llegaron a recolectar alimentos en las carnicerías y las verdulerías para tener algo para darle de comer a sus hijos. “Juntábamos metales en el CEAMSE para poder comprar zapatillas y las cosas para el colegio, era una humillación”, agrega ella.
Ella vio la programación televisiva de la Universal, hubo un testimonio de una persona que vivió una situación similar y que salió adelante, entonces decidió buscar ayuda. Se acercó a la Iglesia y comenzó a participar de las reuniones, donde logró desahogarse de todo el peso que cargaba. “No lograba contener el llanto, había sido demasiado sufrimiento vivido, pero Dios me dio el alivio que necesitaba. A través de las cadenas de oración fui liberada del tormento espiritual, nuestro matrimonio fue restaurado y ahora tenemos una familia bendecida”, finaliza sonriendo junto a su esposo.
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