“Pero Daniel mismo era superior a estos sátrapas y gobernadores, porque había en él un espíritu superior; y el rey pensó en ponerlo sobre todo el reino.”
(Daniel 6:3)
Daniel se distinguió de los demás porque temía a Dios. Su prioridad era agradar y obedecer a su Señor. Cuando el Espíritu de Dios habita en alguien, existe, de una forma natural, el carácter que excede a los demás, que no Lo tienen. Es el carácter de Dios. Sin embargo, el “espíritu superior” del que habla el versículo de hoy era el espíritu del propio Daniel.
Ese es el carácter del siervo de Dios. En todo lo que hace, hace lo mejor. Los enemigos le tuvieron envidia y buscaron una ocasión para acusarlo, pero no lograron encontrarla “porque él era fiel, y ningún vicio ni falta fue hallado en él” (Daniel 6:4), así, tuvieron que usar la injusticia. Y, como bien sabemos, Dios defiende a los Suyos. Así fue con Daniel. Y así será con todo aquel que manifieste ese carácter y esa fidelidad.
La fidelidad a Dios y la dedicación en hacer lo mejor en absolutamente todo, sin dejarle espacio a la acusación de los envidiosos, es responsabilidad suya, no de Dios. Esa es su parte en el acuerdo. La parte de Dios es providenciar todo para que usted tenga una vida abundante y sea establecido sobre el reino, como sucedió con Daniel.
El siervo de Dios en todo lo que hace, hace lo mejor.
Haga clic aquí y vea el mensaje anterior.
Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo