En agosto de 2007, fue inaugurada la Catedral de la Universal de Guayaquil, la ciudad más poblada del Ecuador. En la ocasión, millares de personas se reunieron para el gran evento y recibieron por primera vez al obispo Edir Macedo de visita en el país. Al término de la inauguración, los ecuatorianos le regalaron al obispo un poncho tradicional en nombre de una de las comunidades indígenas de Ecuador. Para ellos, vestir el poncho es una honra, como es para los hombres modernos vestir traje y corbata en una ocasión solemne. El poncho también es de uso especial para líderes y personas reconocidas en la sociedad indígena, que compone el 35% de la población de Ecuador.
Casi nueve años después, el pasado domingo 7, el obispo Renato Cardoso, de visita misionera en el país, realizó una reunión especial en la Catedral de Guayaquil. De manera inesperada, el obispo nos sorprendió, subiendo al Altar con el mismo poncho que el obispo Macedo había recibido hacía nueve años en el mismo lugar. Y le explicó al pueblo: “Cuando el obispo Macedo supo que yo estaba por visitar a Ecuador, me pidió que trajera conmigo este poncho que recibió de ustedes para bendecirlos. Soy testigo de que, debido a sus constantes viajes y estadía irregular, el obispo no suele cargar regalos con él. Pero, por alguna razón, cariñosamente guardó este poncho que recibió de ustedes durante nueve años… Inmediatamente, me vino a la mente este pasaje:
Y hacía Dios milagros extraordinarios por mano de Pablo, de tal manera que aun se llevaban a los enfermos los paños o delantales de su cuerpo, y las enfermedades se iban de ellos, y los espíritus malos salían. Hechos 19:11-12
“¡Claramente, el obispo Macedo está devolviéndole al pueblo de Ecuador la honra recibida, ahora en forma de bendiciones, que se materializarán en la vida de ustedes a través de este poncho!”
Dicho esto, en un acto de fe, el obispo invitó a más de 3.500 personas presentes a que toquen el poncho consagrado, mientras que eran ministradas oraciones por ellas.
La osteoporosis y la ceguera desaparecen.
El señor Enrique Tomala fue uno de los que tocaron el poncho e inmediatamente notó que algo sucedió en su cuerpo. Él había sufrido durante más de 20 años de fuertes dolores en las rodillas, además de osteoporosis y un problema en los ojos que le impedía ver bien. Por el poder de la fe, Tomala relató en lágrimas cómo todos esos dolores y todos esos síntomas desaparecieron apenas tocó el poncho. Emocionado, con su vista recuperada, comenzó a caminar sin ninguna dificultad delante de la multitud. Decenas de otras personas también contaron sus experiencias en este encuentro.
Colaboró: Obispo Jose Luiz