El Señor Jesús es el Autor y Consumador de la fe sobrenatural. Quien depende de Él vive por esta fe y tiene la obligación de vencer, porque es nacido de Dios.
Muchos cristianos no han logrado resultados significativos con el uso de la propia fe. Eso sucede porque esos cristianos han aplicado la fe natural en búsqueda de conquistas que solo la fe sobrenatural es capaz de proporcionar.
En la práctica, esas personas han creído en el Señor Jesús únicamente por tradición religiosa o por haber recibido una gracia por el uso de la fe de otra persona – del pastor de la iglesia en la que se congregan, por ejemplo. Las personas que se encuentran en esta situación nunca tuvieron ninguna experiencia personal con el Señor Jesús. ¿Y por qué esas personas aún no tuvieron esa experiencia con Dios? La respuesta es: porque aún no se entregaron totalmente a Él.
El Espíritu Santo es el Único responsable de revelar y presentar al Señor Jesús al ser humano. Esa revelación depende de una entrega total del hombre a Dios.
Muchas personas creen en Jesús, pero no quieren ningún compromiso con Él. Por eso, no tienen acceso a la fe sobrenatural y, consecuentemente, tampoco tienen una vida de calidad. A fin de cuentas, no se puede depender de la fe natural para conquistar los beneficios promovidos por la fe genuinamente cristiana. El apóstol Pablo se refiere a esto cuando dice: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura; y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.” (1 Corintios 2:14). Explicando lo que dijo el apóstol, las cosas naturales se disciernen naturalmente, y las espirituales, espiritualmente.
La persona que asume su dependencia en el Señor Jesús tiene el derecho de conocerlo particularmente. Por lo tanto, el Espíritu Santo le da la medida de fe capaz de hacer que vea lo invisible y de creer en lo imposible. Tener información, fotos e márgenes de alguien no es lo mismo que conocer a esa persona personalmente.
Solo a través de la fe sobrenatural, la persona es capaz de entrar en contacto directo y real con el Señor. Ella es el río que nace del Trono de Dios, llevando vida por donde quiera que vaya. Por lo tanto, si subimos a este río, llegaremos a su cabecera, que es el Trono de Dios; si descendemos, seremos como uno de sus afluentes, llevando a otras personas a conocer al Señor Jesús.
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(*) Texto extraído del libro “Mensajes del obispo Macedo”.
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