“Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligase a contaminarse.”
(Daniel 1:8)
Daniel se propuso firmemente no contaminarse. Fue una decisión racional, consciente. Nadie lo movería de esa decisión, pues estaba definido en su fe. Convencido de lo que quería. No se engañó con la porción de comida del rey, no quiso agradar a su carne; escogió no agradar a su corazón. Prefirió depender de Dios y se destacó, así como sus amigos que hicieron lo mismo.
“En todo asunto de sabiduría e inteligencia que el rey les consultó, los halló diez veces mejores que todos los magos y astrólogos que había en todo su reino” (Daniel 1:20). Diez veces mejores. Incluso sin comer la porción de la comida. Incluso ingiriendo solo legumbres y agua. Su fuerza no venía de la comida, sino de su fe.
Porque decidió firmemente no contaminarse, Daniel se destacó en todo lo que hizo. Por su fidelidad, se hizo especial. Por su fidelidad, conquistó la confianza del rey y conquistó también la confianza de Dios. Hoy, los nacidos de Dios deben ser así. Firmes en sus decisiones. Firmes en su fe. Firmes en la decisión de no contaminarse con la comida de este mundo, que llena los ojos y el corazón de los incautos.
¿Cómo Dios no va a honrar ese tipo de fe?¿Cómo Dios no va a honrar una fe que renuncia a lo mejor que hay en este mundo para no contaminarse? Así como Él correspondió la fe de Su siervo Daniel, corresponde, hoy, a todos los que toman esa misma actitud de fe.
Siga firme en sus decisiones de no contaminarse con la comida de este mundo.
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo