Sandra Britos y Julio Alvez hoy son un matrimonio unido, que disfruta cada momento que están juntos sin necesidad de buscar pretextos para simular ser felices. Ellos encontraron la verdadera felicidad de la mano del Dios Vivo.
“Mis problemas comenzaron en mi infancia, como tenía pesadillas y no podía dormir por el miedo que me causaban, mis padres me llevaban a curanderos buscando una solución. Yo no podía dormir, escuchaba ruido de cadenas y pasos en el techo, esos trastornos espirituales con el tiempo empeoraron mucho más. Esto me ponía nerviosa y me causaba problemas en otras áreas”, cuenta.
A partir de los 7 años de edad, ella se escapaba de su casa, era muy nerviosa y agresiva. Con el tiempo tuvo que hacerse cargo de sus hermanos para ayudar a su mamá. A los 14 años comenzó a drogarse con amigas, cada tanto consumía, lo que le gustaba mucho era tomar mucha bebida blanca.
Siempre le iba mal en el amor, hasta que en un cumpleaños conoció a Julio, comenzaron a salir pero había peleas porque ella era muy celosa. “Nos juntamos a los 18 años, pero en lugar de formar una familia, nos dejábamos influenciar por las malas amistades que teníamos y seguíamos saliendo, a veces me iba sola, tomaba y fumaba estando embarazada. La situación hizo que entre nosotros hubiera muchas peleas, el factor económico no ayudaba porque él ganaba muy poquito, la poca plata que entraba se iba con problemas de salud de nuestro hijo.
El tenía problemas de los bronquios, broncoespasmo, neumonía, le daban el alta y tenía que volver a llamar a una ambulancia porque se me moría porque no podía respirar. Así estaba dos o tres semanas internado”, cuenta.
Ella quiso suicidarse muchas veces, incluso estando embarazada luego de una discusión muy fuerte con Julio. Como no veíamos una solución para nosotros, seguíamos tomando, fumando y peleando. En esos momentos su cuñado los invitaba a participar de las reuniones de la Universal. “Tratábamos de evitarlo porque íbamos a otra iglesia, pero por sobre todo, porque habíamos visto que él y su esposa habían dejado de tomar, de fumar, llevaban una vida de sacrificio y nosotros no queríamos eso. Considerábamos más a nuestras amistades que a nuestra felicidad.
Un día le dije a mi cuñada, que íbamos a ir a la iglesia así nos dejaban tranquilos. El primer día fui enojada a la reunión, con un dolor de cabeza impresionante, quería salir a fumar y me fui quejándome de todo. Me sentía perseguida, pero mi esposo me dijo que era el último cigarrillo que fumaba, yo me sorprendí y le dije que yo sí iba a seguir fumando, que no me molestara”, relata ella y agrega que pensaba que le habían lavado la cabeza a su esposo. Lo que hizo que yo quisiera cambiar fue darme cuenta de que si bien iba a la iglesia, seguía haciendo un montón de cosas que no agradaban a Dios. Un día, decidimos casarnos y ese día dejé el cigarrillo. Hoy somos un matrimonio feliz, resultado de la perseverancia”, finaliza sonriendo junto a Julio.
[related_posts limit=”17″]