“Porque la porción del SEÑOR es Su pueblo; Jacob la heredad que Le tocó. Le halló en tierra de desierto, y en yermo de horrible soledad; lo trajo alrededor, lo instruyó, lo guardó como a la niña de Su ojo.”
(Deuteronomio 32:9-10)
Recuerde de dónde Dios lo sacó. Una tierra desierta. Un yermo de horrible soledad. Lugar de miedo, de soledad, de vacío. Dios lo cuidó a usted; Él guardó su vida como alguien que protege su propia pupila. La niña de los ojos de Dios.
Él le reservó a usted lo mejor. Vida. Y vida en abundancia. Mucho más de lo que usted jamás podría imaginar o pedir. Mucho más de lo que usted esperaba Él quiere darle. Usted Le entregó a Él su vida. Una vida podrida, desgraciada, destruida, que no valía más nada. A cambio, Él le dio una nueva vida. Una vida limpia, sólida, bendecida, llena de posibilidades que usted jamás se imaginó. Una vida que usted no merecía. Aun así, Él le dio. Porque usted Le dio su vida a Él, Él le dio Su vida a usted.
Nunca se olvide de dónde Dios lo sacó. Nunca se olvide de que Él lo puso en el lugar en donde usted está hoy. Nunca se olvide de la razón por la cual Él lo ha colocado en el lugar en el que usted está hoy. Él lo puso allí para que usted Lo representara. No deje de ser el representante de su Señor donde usted esté, honrando Su nombre con sus actitudes de justicia y de integridad. Agradezca lo que Él hizo por usted. Agradezca con sus actitudes.
No se olvide de dónde Dios lo encontró y demuestre su gratitud representándolo bien en donde esté.
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo