¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de Tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies…” Salmos 8:4-6
Cuando Dios creó al hombre, lo revistió con TODA Su autoridad y le dio a este el dominio SOBRE TODO lo que fue creado. Pues, siendo el hombre Su obra maestra, Dios quería que este gozara de bienestar y que nada perturbase su paz.
Bajo esa autoridad, evidentemente, estaban el diablo y sus demonios, pues, siendo ángeles caídos, también quedarían sujetos al hombre. Sin embargo, esa autoridad estaba y está unida a una OBEDIENCIA INCONDICIONAL a la Palabra de Dios. Este era el precio que el hombre tenía que pagar: ser obediente a la Voz del Altísimo, sin cuestionar Sus ordenanzas.
El diablo ya conocía eso, sabía que mientras hubiera obediencia, el hombre dominaría y nunca seria dominado. Cuando Eva comió la fruta, el problema no era el hecho de comer, sino la desobediencia a la Voz de Dios, era entregarle al diablo aquello que ellos tenían. A partir de entonces, la humanidad comenzó a ser esclava del mal y, consecuentemente, a sufrir las consecuencias de tener un señor como Satanás.
La venida del Señor Jesús no trajo solo esperanza y Salvación, sino que Él vino también a recuperar esa autoridad perdida y a tomar del diablo la llave que él había robado allá en el paraíso.
Lo interesante es que Jesús quiso enseñarle eso a Sus discípulos, pues, ni bien los llama, les dice: “Curad enfermos, expulsad demonios…”. ¿Qué sería eso, sino AUTORIDAD?
Vemos durante todo Su ministerio, a Jesús dándoles a Sus seguidores enseñanzas para que usaran esa Autoridad. Él calmó el mar y le ordenó al viento que se callara y les dijo: “¿Por qué teméis, hombres de poca fe?”. Después, caminó sobre las aguas y ordenó que Pedro lo hiciera también. Habló con una higuera y ella se secó y dijo que los discípulos harían más que eso. Multiplicó los panes y los peces, y les dijo: “Dadles vosotros mismos de comer”.
En todos esos eventos sobrenaturales, Jesús motivaba a los discípulos a que hicieran lo mismo, mostrando así que Su Autoridad, dada desde el principio de la Creación, le estaba siendo restablecida al hombre. Y, antes de subir a los Cielos, Él dijo:
TODA AUTORIDAD ME HA SIDO DADA EN EL CIELO Y EN LA TIERRA. Mateo 28:18
Y nos pasó eso a todos nosotros, cuando dijo:
Recibiréis poder (AUTORIDAD) al descender sobre vosotros el Espíritu Santo… Hechos 1.8
Quien recibe el Espíritu Santo tiene AUTORIDAD para destronar al diablo de todo y cualquier lugar en el que esté imperando. No podemos ser omisos a eso, tenemos que levantar nuestras manos, atar y arrancar al diablo, cambiar toda y cualquier situación.
La decisión es nuestra: usamos nuestra autoridad contra el diablo y lo vencemos o estaremos sujetos a la autoridad que el diablo robó allá en el Edén. ¿Qué prefiere usted?
Colaboró: Obispo Franklin Sanches