A los 13 años resolví alejarme de una denominación que mis padres frecuentaban, me parecía todo aburrido y quería experimentar cosas “nuevas”. Fue entonces que empecé a disfrutar lo que, hasta entonces, no conocía.
Comencé a frecuentar muchas fiestas, a tomar, a fumar, a consumir marihuana, todo eso me parecía lo máximo. Adopté un estilo con el cual me hice popular, todos me elogiaban, querían estar cerca de mí, pero la mayoría de esas personas estaba conmigo por interés, para ser popular como yo, eran pocas las que me querían de verdad.
Por fuera tenía un estilo que a todos les gustaba, les parecía linda, me elogiaban, pero eso era solo una cáscara. Me engañaba a mí misma, porque no me aceptaba como era, creía que era fea sin todo eso, era acomplejada, hacía de todo para sentirme bonita y feliz. Pasaba el tiempo con quien quería, pero ninguna relación resultaba bien.
Me atraían mucho las cosas malas, me gustaba oír canciones satánicas, todo lo que era sombrío y satánico me atraía.
A los 17 años, comencé a involucrarme en la Wicca (brujería blanca), por haber descubierto que yo era descendiente de brujos. Hacía maquillaje artístico, pero siempre orientado hacia cosas sombrías, vampiros, zombis, monstruos, entre otras cosas. Hacía de todo para tener atención, para sentirme alguien importante, e incluso lo lograba.
Tenía todo lo que quería, belleza, atención, personas halagándome, pero en mi interior siempre había un espacio “vacío” que no era llenado por nada ni por nadie. En realidad, ese momento de fiesta con los amigos me hacía feliz, pero cuando el momento pasaba y llegaba a casa, aquella tristeza volvía y me sentía vacía y sola.
Debido a los problemas y al vacío que sentía, estaba depresiva, comencé a tener varias crisis, tomaba Rivotril, e incluso pensé en quitarme la vida. Pero cuando pensé que no había más salida, Dios envió a alguien a ayudarme. Tuve mi momento de paz cuando llegué a la Iglesia Universal. Fui acompañada por los obreros y nadie me juzgó, ni me señaló con el dedo, ni habló de mi estilo. Allí me sentí muy acogida.
Hoy estoy en la presencia de Dios y estoy involucrándome cada día más con Él, pues entendí que la tristeza y el vacío que existían dentro de mí solamente acabarían con la presencia de Dios. Hoy ya no siento necesidad de esas cosas para sentirme bien, para sentirme feliz.
Nunca pensé que fuera a decir esto, pero todos mis deseos de esas cosas desaparecieron, porque ahora realmente sé lo que yo necesito para ser feliz: ¡DIOS! Él siempre me da el consuelo y la fuerza que yo necesito para seguir adelante. ¡Cuando se encuentra a Dios, realmente no se necesita nada más! Recibí el Espíritu Santo, formo parte de la Fuerza Joven Universal y soy voluntaria del proyecto Medios.
Thamires Terra.
Colaboró: Obispo Marcello Brayner