Mirta Argañaraz sufrió en carne propia el dolor de ver a su hijo enfermo y no poder hacer nada para ayudarlo. “Un día mi hijo se fue de viaje de egresados y de repente se enfermó. Empezamos a consultar a los médicos y le detectaron epilepsia. Sufría ceguera temporal, calambres, convulsiones. Llegó a tener 20 ataques diarios. Esta situación me desesperó. Cuando mis padres se divorciaron, mi primera gran necesidad fue formar mi propia familia, entonces me casé, tuve dos hijos, y todo aparentaba ser excelente. Nuestra vida estaba ordenada en todos los aspectos, hasta que mi hijo enfermó de esta manera y no supe qué hacer para ayudarlo”, recuerda esta mujer, que vio cómo su vida se desmoronaba de la noche a la mañana.
Los problemas económicos no tardaron en aparecer y todo empeoró. “Mi esposo perdió el trabajo porque nos la pasábamos pendientes de mi hijo. Tuvimos que vender un auto nuevo para comprar la medicación, porque ya no teníamos obra social que cubriera los costos. Y yo comencé a tener problemas de salud.
Todo ese contexto provocó una crisis en el matrimonio, fue tan grande que llegamos a pensar en separarnos, pero consideramos que no era el momento, entonces, vivíamos separados bajo el mismo techo. Éramos como dos extraños en la misma casa.
La situación de salud de mi hijo nos había superado, fueron siete años muy duros. Había días en los que no podía dormir, otros en los que no me quería despertar, ya no tenía fuerzas para seguir luchando. Además, mi hija le echaba la culpa a su hermano por la situación familiar, la familia se estaba desmoronando irremediablemente.
Desesperados, empezamos a buscar otras soluciones. Fuimos a consultar a los espíritus para buscar una solución. Hacíamos todo lo que nos indicaban al pie de la letra, llegamos a obedecer ciegamente creyendo que nos iban a ayudar a salir de esa situación. Cierta vez nos pidieron una gallina blanca, habanos, caña, miel y participar en el ritual para la supuesta cura de mi hijo. Nos habían dicho que su problema era a causa de un daño que nos habían hecho por envidia, pero no funcionaba nada de lo que nos indicaban que hiciéramos”, cuenta Mirta al recordar esos momentos.
Yendo al hospital, ella se cruzó con una persona que la invitó a la Universal. “Decidí ir a una reunión y cuando salí, noté que algo había cambiado en mí. Perseveré en las reuniones y fui poniendo en práctica lo que me enseñan, así, gracias a Dios, todo cambió.
Mi salud fue restaurada, mi hijo dejó de tener convulsiones, la epilepsia desapareció y la familia volvió a unirse. Luché por mi matrimonio con fe y puedo asegurar que mis últimos años de casada son los que verdaderamente cuentan. Puedo afirmar que recuperamos todo lo perdido, tenemos estabilidad económica y somos muy felices gracias a Dios”, finaliza sonriendo.
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