Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; pues así seremos hallados vestidos, y no desnudos. 2 Corintios 5:1-3
El cuerpo que se tiene, por más fuerte o lindo que sea, un día se va a acabar.
El cuerpo es la morada terrestre, este tabernáculo, es algo provisorio.
Cuando eso suceda, y va a suceder más tarde o más temprano,
¿adónde vivirá su alma por toda la eternidad?
¿En el lago de fuego y azufre junto al diablo, la bestia, el falso profeta, la muerte y el infierno? ¡No! No creo que usted quiera eso.
Tenemos de parte de Dios un edificio, una casa no hecha por manos humanas, eterna, que será la habitación celestial para nuestra alma.
Pero, como todo en la vida tiene una condición, la condición para dejar esta casa terrestre y vivir en la habitación celestial, es no estar desnudos sino vestidos.
Solamente vestidos de la Armadura de Dios (Efesios 6:10), del Espíritu Santo, es que tendremos condiciones de estar firmes, contra todas las celadas del diablo, y también de resistir en el día malo, y después de vencer todo, permanecer inquebrantables.
Es en el día malo que gemimos, padecemos, sufrimos los sufrimientos en nombre de nuestra fe. Pero una vez vestidos, todo pasa, todo acaba, todo termina.
Ahora, aquellos que se encuentran desnudos espiritualmente, caen ya a la primera celada del diablo y no soportan el día malo.
Resumiendo: Si usted quiere que su alma viva en la habitación celestial, cuando esta morada terrestre se deshaga, entonces no puede estar desnudo, sino vestido de la Armadura de Dios, que le dará condiciones para que permanezca y prevalezca siempre.