“Bienaventurado todo aquel que teme al Señor, que anda en Sus caminos. Cuando comas el trabajo de tus manos, bienaventurado serás y te irá bien. Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa; tus hijos, como plantas de olivo alrededor de tu mesa. Así será bendecido el hombre que teme al Señor.” (Salmos 128:1-4)
Este salmo hoy en día en muchos hogares puede leerse al revés también, ya que, en lugar de decir bienaventurado, podríamos decir:
“Maldito todo aquel que no teme al Señor y que no anda en Sus caminos. Cuando no comas del trabajo de tus manos, maldito serás y te irá mal.”
Eso es lo que hemos visto. ¿Cuántas personas luchan, trabajan, pero su vida es miserable? ¿Será el destino de estas personas? ¿Será la mala suerte? No. El hecho es que ellas oyen la Palabra de Dios, pero no la practican. Como respuesta, son maldecidas. No es Dios quien las maldice. La vida se encarga de castigar a los que desobedecen al Señor.
Nada es más nocivo para el ser humano que tener una casa dividida, destruida; nada es más doloroso para una familia que ver a sus seres queridos en la cama de un hospital, o a sus hijos en un mal camino, adictos, rebeldes y sin futuro.
Si usted es una de esas personas, que tal vez vea a su familia como un caso perdido, recuerde que Dios hizo que Su siervo mirara hacia el problema, cuando lo condujo en medio de un valle de huesos secos, que estaban muy secos. Dios le preguntó: “Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos?” Y él le respondió: “Señor Dios, Tú lo sabes.” (Ezequiel 37:3). Solo Dios podía resolver el problema de esos huesos secos.
Tal vez usted esté viviendo en medio de un valle de huesos secos; el valle es bonito, hay flores en casa, hay lirios, belleza, pero los huesos secos están expuestos a la sociedad. Son los innumerables problemas que afectan a su casa o a su familia. Ese es el valle de huesos secos. Pero Dios le dijo a Su siervo:
“Profetiza sobre estos huesos, y diles: “Huesos secos, oíd la Palabra del Señor.” (Ezequiel 37:4)
Por lo tanto, desde el momento en el que el siervo comenzó a profetizar y a determinar, el Espíritu Santo fue actuando en los huesos, haciendo crecer carne, poniendo tendones y cubriéndolos con piel, formando así, un gran ejército. Vino espíritu desde los cuatro vientos, sopló sobre ellos, los huesos secos recibieron vida y formaron un gran ejército.
Dios quiere hacer lo mismo en su casa, en su familia. Vamos a unir nuestra fe y a determinar que esos huesos secos se levanten. Si usted cree que puede ser un profeta, que puede profetizar sobre el valle de huesos secos que está en su casa, entonces, vamos a unir nuestra fe y a cambiar esa situación.
Si usted quiere aprender cómo desarrollar esa fe, participe de una reunión en la Universal. Ingrese aquí y consulte la dirección más cercana a usted.
(*) Fragmento extraído del libro “Mensajes del obispo Macedo”
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