Cuando descendió Jesús del monte, Le seguía mucha gente. Y he aquí vino un leproso y se postró ante Él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció. Mateo 8:1-3
La lepra y otras enfermedades de la piel eran muy comunes en el pasado, especialmente en la época de Jesús. Por ser transmitida fácilmente a través de la saliva, la lepra obligaba a los enfermos a vivir aislados de la familia y de la comunidad a la que pertenecían. Además, no tenía cura, y a medida que se agravaba, dejaba al enfermo con un aspecto aterrador, lleno de llagas, secreciones y mutilaciones.
Todo eso hacía que el leproso viviera privado de la convivencia social, ya que el simple hecho de hablar, toser o estornudar traía peligro de contagio a quien estuviera cerca de él. Por eso, muchos vivían en cavernas o en especies de colonias, lejos del contacto con las demás personas. En caso de que necesitara salir del lugar, el enfermo debía tocar una campana y gritar “¡Inmundo! ¡Inmundo!”, para que quien estuviera cerca supiese que él se estaba aproximando y así tomara distancia (Lv 13:45-46).
Esa forma de anuncio, en cierta forma humillante, mostraba que allí estaba pasando una persona inmunda, o sea, alguien contaminado por la lepra. Sin embargo, la narrativa bíblica muestra que Jesús tocó al enfermo, incluso sabiendo que todo aquel que tocara a un leproso se volvería impuro también, de acuerdo con la Ley Mosaica.
Al curar al leproso, el Señor Jesús no solo reveló Su poder y Su Divinidad, sino que también le proporcionó la reinserción a la convivencia familiar y social.
Hoy, la lepra también es conocida por otro nombre: enfermedad de Hansen. Actualmente, la cura es posible, lo que hace que el estigma de la enfermedad disminuya.
No obstante, en los muchos leprosarios del País, donde los enfermos eran obligados a aislarse debido a las políticas de internación compulsiva, el descubrimiento tardío del tratamiento hizo que muchos sufrieran debido a las deformaciones y al abandono de la familia y de la sociedad. La mayoría de esos lugares está desactivada. Sin embargo, en los pocos leprosarios que aún existen, viven personas que, a causa del aislamiento obligatorio del pasado, perdieron el contacto con sus familias, o pacientes que, junto a algunos parientes que abandonaron todo para estar con ellos, no tienen hacia dónde ir y por eso permanecen en esos lugares.
El trabajo evangelístico de la Universal
En el barrio de Jundiapeba, en Mogi das Cruzes (SP), existe una colonia de pacientes leprosos que recibe diariamente el apoyo de la Iglesia Universal. Las reuniones se realizan en un núcleo, en el hospital Dr. Arnaldo Pezzuti Cavalcanti, localizado al lado de la colonia. Pacientes, familiares y personas que vienen de los alrededores tienen la posibilidad de participar de los cultos que son realizados de domingo a viernes a las 19:30 h.
El pasado martes 18, por ejemplo, cerca de 100 personas participaron de la reunión realizada por el obispo Maurício Amaral. En los cultos, las personas que viven en la colonia hace alrededor de 20 o 30 años – muchas ya sin tener el contacto de la familia –, reciben la oportunidad de ser acogidas, tocadas y curadas, como hacía el Señor Jesús, que no Se rehusaba a ayudar a todos los que se aproximaban a Él y buscaban Su auxilio.
Si en el pasado, incluso el reciente, las personas acometidas de enfermedades como la lepra eran forzadas a estar recluidas, hoy estas pueden tener acceso no solo a la cura física, sino también a la cura espiritual y a la restauración de la vida, por la fe en el Señor Jesús.
Y si en el período Neotestamentario, era necesario que los enfermos, ciegos, lisiados, cojos y necesitados fueran hasta Jesús para ser atendidos, hoy, Su Palabra, por medio de trabajos evangelísticos como los de la Universal, va al encuentro de todos – enfermos en la carne y en el alma –, para que sean curados de la lepra física, y, principalmente, de la espiritual.