Verónica Encina se crió en un ambiente de mucha violencia, el esposo de su madre era alcohólico y agresivo, por lo que apenas llegaba a su casa, las peleas comenzaban Ella y sus hermanos debían buscar ayuda, a veces recurrían a la Comisaría porque no querían estar en su casa.
“Siendo muy joven me enamoré de un hombre, quedé embarazada y él decidió irse de un día para el otro. Fue lo peor porque me sentía despechada y odiaba la vida. Para no ser una carga para mi mamá, conocí a una persona más grande y decidí irme con él, pero se volvió una persona violenta, por lo que decidí separarme.
Regresó el papá de la nena, lo perdoné porque lo amaba y decidimos construir una familia. Luchamos, pero nuestra vida era un caos, mi marido hacía vida de soltero, no tenía un trabajo estable y pasábamos muchas necesidades. Además, yo sufría con terribles dolores de cabeza que me hacían ser agresiva y comunicarme a los gritos.
Durante 7 años vivimos en una casilla que ni baño tenía. En la desesperación buscábamos ayuda en los espíritus, pero el sufrimiento aumentaba”, cuenta ella.
Verónica y su esposo participaron de las reuniones de la Universal, ya el primer día notaron que sentían paz y pudieron dormir bien esa noche.
Ellos perseveraron en las reuniones y su vida fue transformada. “El dolor de cabeza desapareció, la relación con mi marido cambió, empezamos a usar la fe y nuestra vida salió adelante porque las puertas se abrieron. No fue de un día para el otro, pero el cambio total se produjo cuando usamos nuestra fe. Construimos nuestra casa como queríamos, mi marido es independiente. Estamos felices y lo principal es que tuve un encuentro con Dios”.
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