¡Buen día, obispo!
Extrovertido, alegre, animado y lleno de vida. Son algunas de las características que yo tenía cuando era adolescente. Vivía en un hogar armonioso, feliz, bien estructurado y rodeado de personas que me daban mucha atención y cariño. Lo que no sabía era que todo eso se iba a desmoronar.
A los 16 años, al salir de un supermercado, con mi bicicleta, fui atropellado por una moto y fui llevado deprisa al Hospital Estadual Getúlio Vargas, localizado en el barrio Penha, ciudad de Río de Janeiro.
Debido al impacto producido por el accidente, entré al hospital con pérdida de masa encefálica, hundimiento craniano y con un 5% de vida. Estuve 15 meses internado, de los cuales fueron 2 meses en coma profundo y 7 meses en coma vegetativo, moviendo solo los ojos.
Según los médicos, yo iba a quedar tetrapléjico durante toda la vida. Eso, si sobrevivía. Pero las secuelas serían inevitables. Sin caminar, sin correr, sin ser ese joven feliz y alegre de antes. Estaba condenado a pasar el resto de mi vida paralítico en una cama.
Incluso en medio a tantas palabras de duda y miedo, mis padres nunca desistieron de luchar por mí, por mi rehabilitación. Con la acción de la fe en el Dios Vivo y Verdadero, tuve mi recuperación – para asombro de todo el equipo médico del hospital.
Hoy formo parte de la Fuerza Joven Universal (FJU), donde encontré a personas que estaban dispuestas a ayudarme, no solo en la parte física, sino, principalmente, en la parte espiritual. Y eso tuvo un significado muy importante para mi restablecimiento.
Hoy, además de haber conquistado mi cura y estar 100%, soy un joven aún más feliz. Conocí a Quien me llena de verdad: Dios. Y descubrí que vale la pena vivir. Aquel que parecía ser un caso imposible, hoy es un milagro.
Jonathan Oliveira, 19 años.