Al acercarse el Día de las Madres, conmemorado este segundo domingo de mayo, aprovechamos la fecha para promover una reflexión con respecto a la excelencia del regalo que les damos a aquellos a los que amamos.
Desde pequeños, los niños son incentivados en la escuela a demostrar su cariño a sus madres. Pero, como no poseen recursos económicos por sí mismos, normalmente la poca habilidad manual es puesta a prueba para producir un dibujo como regalo. Aunque un niño no domine su trazo ni tenga nociones de proporción, perspectiva y combinación de colores, él responde con alegría al pedido de su profesora.
Con experiencia en la educación infantil, tuve la oportunidad de ver a los pequeñitos curvados en sus mesitas durante horas, e incluso días, para transformar su amor en algo palpable para darles a sus heroínas. Ellos dibujaban casas, autos, vestidos y aquello que en el día a día veían como necesidad o sueño de sus familias.
Normalmente, el día del homenaje, vemos a mujeres que se llenan de lágrimas sosteniendo una simple hoja de papel. ¿Y sabe por qué sucede eso? Ellas logran ver en ese gesto la expresión del afecto sincero de sus hijos. Aunque aquel elemento no tenga valor monetario, logra representar fuertemente a la relación del hijo con su madre.
Eso también se asemeja a las ofrendas y a los diezmos que Dios nos pide. El Todopoderoso no mira efectivamente al valor monetario de lo que Le ofrecemos, sino al hecho de que Lo coloquemos como el Primero en nuestras vidas. Por medio de los diezmos y de las ofrendas, la fe de cada uno se torna visible, pues nada prueba más al hombre que meterse en su billetera. No son pocos los que se apegan a sus recursos económicos y retienen lo que pertenece al Señor teniendo la sensación ilusoria de seguridad. Con esa actitud, ellos dejan en evidencia su naturaleza incrédula y mezquina, pues no priorizan la Voluntad de Dios.
Pero yo pregunto: siendo el SEÑOR riquísimo y Dueño de todo, ¿por qué Él necesitaría nuestros diezmos y ofrendas? ¿Él sobreviviría o progresaría con lo que Le damos? No, ¡absolutamente!
Del SEÑOR es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan. Salmos 24:1
Su pedido sirve para diferenciar de manera práctica y clara a aquellos que creen en Él de los que no creen.
Pues finalmente, delante de Su grandeza, lo que traemos en nuestras manos es ínfimo, y solo tenemos algo porque primero Él Mismo nos lo dio.
El monto que colocamos en el Altar es semejante al simple “dibujo infantil en la hoja de papel”. Aparentemente, una dádiva pequeña, pero trae en sí el más profundo significado, pues expresa literalmente nuestra fidelidad a Aquel que dejó la Enseñanza. Además de eso, prueba que creemos y confiamos en la capacidad Divina en proveer y celar por nuestra vida. Por medio de esa demostración tangible de fe, el hombre hace posible que Dios evangelice al mundo, manifestándose poderosamente para suplir todas las necesidades de Sus hijos.