“Bautizaba Juan en el desierto, y predicaba el bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados. Y salían a él toda la provincia de Judea, y todos los de Jerusalén; y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.”, (Marcos 1:4-5).
Juan Bautista fue enviado por Dios para preparar el camino del Señor Jesús. Él predicó antes de Su llegada. Sin embargo, lo que más nos llama la atención es que, él sabía cuál era su lugar. Juan nunca dejó que el orgullo entrara en su corazón, sino que puso al Señor en el lugar que le corresponde: el de Señor de los señores. Una vez le dijeron a Juan que las personas que bautizaba seguían al Señor Jesús y él contestó: “Es necesario que Él crezca, pero que yo mengüe.”, (Juan 3:30).
El diablo siempre intentó sembrar el orgullo en el corazón de Juan y pero él no lo aceptó.
Tenemos que entender que Jesucristo es el Señor y que a Él pertenecen toda la gloria, la honra y alabanza.
“Y Juan estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y comía langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo: Viene tras mí Aquel que es más poderoso que yo, a Quien no soy digno de desatar encorvado la correa de Su calzado. Yo a la verdad os he bautizado con agua; pero Él os bautizará con Espíritu Santo.”, (Marcos 1:6-8).
El bautista no se olvidaba de cuál era su lugar. Él bautizaba a muchos que venían de diferentes lugares, pero nunca aceptó la gloria para sí. Hay líderes religiosos que olvidan que si no fuera por Jesús, no existirían. Si alguien es curado y su vida cambia, es solo gracias al Señor y no a ningún hombre de Dios, Pastor u Obispo. Si estamos vivos es por Jesús.
Juan Bautista no podía bautizar con el Espíritu Santo, solo el Señor puede. No podemos sacarle la gloria a Dios y dársela a los hombres. Él dio Su vida por nosotros y es el centro de la Iglesia. Por eso en todas las Iglesias Universal siempre dice Jesucristo es el Señor.
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