Cuando Marcela Farías y Gonzalo Acosta se conocieron, querían formar una familia, pero todo lo que planificaron se derrumbó: “Lo conocí a los 17 años. Nos fuimos a vivir juntos, pero perdí el primer embarazo cuando estaba de ocho meses, fue el peor momento”.
Ella y su marido se refugiaron en el alcohol: “Trataba de apoyarme en él, pero no podía. Entonces, empecé a tomar, lo hacíamos juntos y yo fumaba dos paquetes de cigarrillos por día”, comenta Marcela.
Luego, la violencia se hizo presente: “Primero discutíamos constantemente y después empezaron los golpes. Pasamos varias situaciones violentas, fue terrible”.
Hundidos en la tristeza y las adicciones
“Luego de 5 años me enteré por qué perdía los embarazos: tenía trombofilia. Busqué ayuda, pero no sirvió de nada. Me deprimí, el alcohol fue mi compañía. Cuando tomaba, me desconectaba de todo. Los fines de semana, prácticamente perdía la razón por tomar”, asegura ella.
Como si fuera poco, los problemas económicos se profundizaban y sufrió un golpe que no podía soportar: “Mi madre se enfermó de cáncer de pulmón y no tuve tiempo de asimilarlo. A eso se le sumó la pérdida de mi hermano. Toqué fondo, casi no comía”.
Su matrimonio estaba afectado: “Finalmente pensé en separarme. No comprendía por qué sufría tanto, casi me vuelvo loca”, señala Marcela.
Gonzalo fue el primero en conocer la Universal, se dio cuenta que necesitaba hacer algo para salvar a su familia: “Mi esposo me invitó a la Iglesia. El primer día, no quería entrar. Pero cuando terminó la reunión, me fui aliviada. Supe que Dios estaba ahí, escuchándome sin juzgar. Me costó salir, pero logré mi liberación. Luchamos, me curé y pudimos dejar los vicios. Nos casamos, tenemos un emprendimiento, nuestra casa y tres hijos. Hoy soy la mujer más feliz y Dios es todo en nuestra vida”.
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