Marido que traiciona a su fiel y dedicada esposa, y viceversa.
Padres que fueron abandonados por sus propios hijos.
Años y años de trabajo sin conquistar nada.
Menores abusados, personas mayores maltratadas.
Personas indefensas que son víctimas de hombres crueles.
¿Es justo todo eso?
¿Quién, ante estas situaciones y otras aún peores, nunca ha querido hacer justicia con las propias manos?
Sin embargo, ¡no será a través de la ira, del odio o de la violencia física que la justicia será hecha, sino a través de la pureza de nuestras manos!
“El SEÑOR me ha premiado conforme a mi justicia; conforme a la pureza de mis manos me ha recompensado. Por tanto el SEÑOR me ha recompensado conforme a mi justicia, conforme a la pureza de mis manos delante de Sus ojos.” Salmos 18:20,24
Los que sufren por causa de las injusticias no deberían preocuparse por el tamaño de estas, sino por saber si dentro de ellos hay justicia.
Es decir, ¡si sus manos son puras!
El justo se mantiene justo incluso frente a las injusticias.
Es capaz de andar limpio en un mundo totalmente sucio.
Su vida es literalmente un libro abierto.
Todo lo que ocupa su cabeza y su corazón podría colocarse en una pantalla de cine para que el mundo lo viera. Él no tiene nada que esconder. (Salmos 26:2)
Por esa razón, frente a las muchas injusticias, el justo puede presentar sus manos que representan sus pensamientos, sentimientos y actitudes, y reivindicar que, por ellas, ¡la justicia será hecha!
Son las manos puras las que ofrecen sacrificios de justicia.
¡Solo así es posible hacer justicia con las propias manos!