“Si las aguas del mar de la vida te quieren ahogar
Sujétate en la mano de Dios y ve
Si las tristezas de esta vida te quieren sofocar
Sujétate en la mano de Dios y ve
Sujétate en la mano de Dios, sujétate en la mano de Dios
Pues ella, ella sí te sostendrá
No temas, sigue adelante y no mires hacia atrás
Sujétate en la mano de Dios y ve”
Esta era la alabanza que sonaba todas las tardes de sábado por el Jardín de Méier, zona norte de Río de Janeiro, donde estaba la glorieta usada por el obispo Edir Macedo (en ese momento, evangelista) para realizar sus primeras prédicas. La canción que entonaba el pequeño órgano, con los otros equipos de sonido que él mismo llevaba en su auto, llamaba la atención de los que pasaban por allí. “El trabajo era breve y objetivo. Juntaba a las personas, anunciaba el poder de Jesús, cantaba un himno tradicional y clamaba por milagros”, relató el obispo en su biografía “Nada que Perder”.
Las condiciones de la glorieta, no eran las mejores. Pero, aun sucio y con un olor insoportable a orina – como lo relata el obispo en el libro -, quien pasaba por el lugar y veía ese movimiento de fe sabía que sucedía algo diferente. “Incluso solo como evangelista, sin experiencia con los métodos de liberación espiritual, me atrevía a determinar la expulsión de los espíritus malignos de la vida de los que estaban presentes. Continuaba la reunión rápidamente con una enseñanza del Evangelio. Hablaba siempre de la Salvación y oraba por quien deseaba aceptar a Jesús”, recuerda el obispo.
De a poco, sábado tras sábado, el número de personas que acompañaban fielmente las prédicas a cielo abierto crecía, y las semillas de fe plantadas allí rinden frutos hasta hoy.
“Aún hoy, de vez en cuando, encuentro a personas, generalmente ancianos, contando cómo fueron salvas por una palabra que oyeron en aquella inmunda y maloliente glorieta. Mensajes que el tiempo borró de mi memoria, pero que cambiaron la historia de muchas personas.”
El obispo no recuerda las palabras, pero quien las oyó no olvida el efecto que causaron dentro de sí. Es el caso de una mujer que pasaba, en ómnibus, todos los días por aquel lugar.
En el medio del camino
Hasta el Hospital Central del Ejército, en la capital de Río de Janeiro, el camino era largo, y era recorrido todos los días, durante los últimos 4 años, por la ama de casa Maria Das Graças De Souza Bias (foto al lado), en esa época, de 32 años. Esa rutina era por causa de un gran problema de salud de su hija, de 4 años en ese momento.
Hasta que una tarde, en una de esas idas al hospital, sucedió algo que cambiaría su vida completamente. “En el recorrido del ómnibus, había una parada frente al Jardín de Méier, donde estaba la glorieta. En una de esas veces que el ómnibus se detuvo allí, escuché palabras que nunca había oído y que hablaron fuerte en mi interior, y me hicieron muy bien”, recuerda Maria Das Graças.
Esas palabras venían del joven predicador Macedo. Y la impactaron tanto, que todos los días pasaba atenta por el lugar buscando al hombre que había dicho esas palabras. Sin embargo, ella no sabía, pero él no estaba todos los días en la glorieta. Pero aún así, todas las veces que el ómnibus pasaba por aquella plaza, ella estaba atenta para ver si escuchaba aquellas prédicas, aunque sea rápidamente y dentro del ómnibus.
Hasta que un día vio que él estaba, y no quiso escuchar solo desde el ómnibus, y bajó para escucharlo de cerca. Escuchó un poco, porque tenía que ir al hospital y después siguió con su rutina. La tercera vez, ella volvió a bajar y se quedó hasta el final de la prédica.
“Conocí al verdadero Dios que no conocía. No fui hasta allí por mi liberación o por la cura de mi hija. Fui hasta allí atraída por la fe con la que él hablaba. Él hablaba con mucha convicción de lo que Dios podía hacer en nuestra vida”, recuerda.
Maria Das Graças comenzó a hacer un tipo de transbordo hasta allí antes de seguir hacia el hospital y, en una de esas idas, ella recuerda que tomó coraje y habló con el joven predicador: “’Oh muchacho, mi hija está enferma’. Y él vino con esa manera amorosa. Mi liberación, la cura de mi hija, y mi caminata con Jesús, comenzaron allí.”
Después se inauguró la iglesia en la antigua funeraria, y ella no sabía. “Estuve 3 meses sin saber a dónde se habían ido. Hasta que un día, mi hermana me llamó y me dijo que había un hombre cerca de mi casa haciendo cosas maravillosas. Ese hombre era aquel predicador. Yo nunca había visto un movimiento tan grande de personas buscando a Jesús en aquel lugar.”
Sirviendo a Dios
En la Universal de Abolição, después de la liberación total de los problemas en su vida y de tener un verdadero encuentro con Dios, Maria Das Graças fue levantada a obrera, por el entonces pastor Macedo. A través de ella, toda la familia comenzó a buscar la presencia de Dios y su hija fue curada.
Actualmente, la señora Maria Bias, como es conocida, tiene 71 años, y cumplió 39 años de Obra. Ella cuenta cómo han sido estos años en la presencia de Dios. “Yo hago la Obra de Dios en todo, no me limito en nada. Si Dios me pide ‘haz esto’, yo lo hago, porque si Él me lo pidió es porque Él me va a capacitar para hacerlo. Estoy, por la misericordia del Señor Jesús, cada día ‘matando a un león’, y manteniéndome firme, mirando siempre las promesas, lo que Dios nos ha prometido, porque si miraría otras cosas, para otro lado, seguramente ya hubiera caído. Pero miro las promesas de Dios, en la obediencia, y voy persistiendo y resistiendo hasta el día que Jesús vuelva o me lleve con Él en mi muerte.”
Y es con esa misma convicción que habla de la iglesia que la hizo conocer al Dios vivo: “Fue por medio de la Universal que yo encontré a Jesús para tener vida. Fue en esa puerta que se abrió que yo Lo encontré. Siempre digo, pase lo que pase, venga lo que venga, yo no voy le voy a dar la espalda, ni al Señor Jesús ni a la iglesia.”
Y al obispo Macedo, aquel joven que predicaba palabras tan llenas de fe y vida, que le llamaron la atención en aquel ómnibus, solo quiere agradecerle. “Le agradezco que tenga la misma confianza en Dios. Por haber dejado todo atrás, por no haberse preocupado solo por él en favor de las almas, porque yo soy una de esas almas. Jesús usó sus palabras y yo fui liberada.”
Como el propio obispo resalta en su obra biográfica, de allí de la glorieta salieron miembros fieles, muchos de los cuales ya se fueron de este mundo, hasta pastores y obispos de la Iglesia Universal. “Hubo tanta Salvación en aquel tiempo como hay hoy en día”, destaca el obispo Macedo.
En los próximos días usted podrá conocer, tanto aquí en universal.org.ar como en nuestras redes sociales, la historia de los 40 años de la iglesia Universal, que se cumplen el próximo 9 de julio.
Usted también puede acompañar esta historia construida con base en la obediencia a la Palabra de Dios, en el blog del obispo Macedo.
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