Si miramos a ese árbol, vemos sus muchas hojas y sus raíces profundas conectadas con el agua.
¿Qué pasa con un árbol cuando llega el invierno?
Se secan sus hojas, pero él sigue ahí. ¿Por qué?
Porque las raíces lo sostienen.
Incluso los árboles sufren en una época del año.
Dependiendo de la posición que la persona ocupe, las miradas cambian. Muchas veces, cuando está en una buena situación, todos están con ella, pero, cuando le va mal, esos mismos que antes la rodeaban le dicen: “si te he visto no me acuerdo”.
Hay momentos de hojas verdes y muchos frutos, pero también hay estaciones de desierto en nuestra vida.
¡La vida de un cristiano no es un “mar de rosas”!
Hay momentos en los que nos persiguen, nos calumnian, y parece que estamos solos, que no hay nadie alrededor.
Por eso siempre recalcamos que hay que buscar y recibir el Espíritu Santo. Porque así las raíces estarán fuertes en Dios y, aunque venga el calor, el desierto y las luchas, seguiremos firmes en Él.
El Espíritu Santo es la RAÍZ.
Él da condiciones para soportarlo todo.
A veces Dios permite que pasemos por luchas para que nos fortalezcamos. Y aunque no las pidamos, cuando las luchas llegan hay que agradecerlas.
“Bendito el varón que confía en el Señor, y cuya confianza es el Señor. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de la sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto.” Jeremías 17:7-8
¡Ese es el secreto!
Tener raíces en el Espíritu Santo.
Cuando recibimos el Espíritu Santo recibimos la RAÍZ.
Aunque la persona se quede sin hojas y sin frutos, volverá a ser como ese árbol porque su RAÍZ la sostiene.
Aunque pase por luchas, batallas, guerras, estará firme en la fe y Dios estará con ella.
Vendrán los problemas, las malas noticias, pero el Espíritu Santo estará diciéndole: “No temas, ¡estoy contigo!”
El Espíritu Santo es lo más importante que podemos tener en la vida.
Él da dirección, da fuerzas para soportar las guerras, para no caerse, aunque el viento sople fuerte.
Es importante tener prosperidad, una familia bien constituida, salud, ¡pero lo más importante es la Salvación!
El cuerpo se convierte en ceniza, el espíritu vuelve a Dios, ¿y el alma?
El alma tiene dos destinos.
O se va con Dios al cielo y vive toda la eternidad con Jesús sin necesidad de luz porque la gloria del Cordero iluminará todo, adonde no habrá tristeza, dolor ni llanto. O se va al infierno, que es la antesala del destino final que es el lago de fuego, donde serán arrojados el falso profeta, la bestia, los adúlteros, los hechiceros, los mentirosos, y todos los que no estuvieron de acuerdo con la Palabra de Dios, adonde habrá tormento eterno.
Por eso es importante que el alma sea salva y se vaya con Dios.
El Espíritu Santo es la garantía de la Salvación.
Para lograr la Salvación, la palabra clave es SACRIFICIO.
¡Sin SACRIFICIO no hay victoria!
Hay que sacrificar el yo, para obedecer a Dios y garantizar la vida eterna. Aunque la persona haya sido la peor del mundo, si confiesa y se arrepiente, y sacrifica y obedece a Dios, la sangre de Jesús la lava y la convierte en una nueva criatura.