Melina: “Mi hijo tenía depresión y sufría con ataques de pánico. No podía salir al patio porque le hacía mal ver la luz, tampoco conseguía viajar en un medio de transporte. Esto le impedía realizar sus actividades con normalidad, tuvo que dejar el colegio y los deportes que practicaba. Hubo un momento en el que me dijo `yo me voy a morir acá, en mi cama, no quiero vivir más´. Los médicos me advirtieron que la situación era grave y tenía que internarlo urgente en un psiquiátrico. Yo no acepté eso y comencé a pasar junto con él por el Valle de la Sal. Luego de usar la fe, luchar y perseverar, su semblante comenzó a cambiar al igual que su estado de ánimo. A partir de entonces no tuvo más ataques de pánico, empezó a contarme que tenía ganas de vivir, de volver al colegio y retomar sus actividades. Yo tuve que llevarlo nuevamente al médico para que me den el alta, armaron una junta médica y me decían que no entendían lo que había pasado. Se sorprendían del cambio que mi hijo había tenido. Gracias a Dios, él hoy está curado”.
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