“A los dieciocho empecé a consumir marihuana y pastillas. Me hacían poner muy eufórica y me mantenían despierta por varios días. Continuaba consumiendo cocaína incluso cuando estaba embarazada de mi hija mayor y, cuando ella nació, estaba sola y depresiva. Me encerré en una habitación por un año y únicamente salía al comedor para atenderla. No quería ver a nadie. Mi economía se vino abajo y mi vida sentimental se destruyó. Al tiempo conocí a un hombre del que estaba muy enamorada, pero yo era muy celosa y vivía discutiendo. Él me decía que lo cansaba porque lo juzgaba todo el tiempo, lo culpaba sin tener razón. Llegué al punto de echarlo de mi casa, no quería hacerlo, pero había algo en mí que me decía que lo hiciera. Conocí a otro hombre y estuve catorce años en pareja. Él era un adicto como yo. Delinquíamos juntos. Fueron muchas las veces que él dejaba plata o mercadería en mi casa, pero a la madrugada, yo vendía todo para consumir pasta base. Esta droga me arruinó en todos los sentidos. Mi hija me invitó a participar en la Universal, yo no quería saber nada, pero acepté. Aún sin entender nada vi un cambio, pude dormir bien después de veintitrés años sin poder hacerlo. Hoy, mi familia está totalmente restaurada y mi corazón está curado. Puedo decir que Dios hizo una obra en mí y sigue haciéndola, porque Él me llena de esperanza a cada día.”
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