Los hijos nacen de la relación conyugal de los padres. Son naturales, siguen la Ley de la Naturaleza. Pero, los hijos de Dios no nacen de la Ley de la Naturaleza. Al contrario, nacen de la fe en el Señor Jesús, en cooperación con el Espíritu Santo.
No basta con creer en Jesús y no haber tenido una experiencia con Su Espíritu.
Por ejemplo, usted lee este texto y no comprende su mensaje. Eso sucede porque el entendimiento de las cosas espirituales exige espiritualidad.
Esa espiritualidad solo es posible con la interferencia Personal del Espíritu Santo. De lo contrario, no hay comprensión.
De la misma forma ocurre en la aceptación de Jesús como Señor y Salvador. Si no existe el toque del Espíritu Santo, no hay forma de nacer de Dios.
El nacimiento del hijo de Dios se da en una triangulación entre el ser humano, el Señor Jesucristo y el Espíritu Santo.
Cuando la persona reconoce a Jesús como Señor de su vida y abandona sus pecados para siempre, entonces es lavada con la Sangre que Él derramó en la cruz.
Una vez purificada, el Espíritu Santo pasa a habitar en su cuerpo, tornándolo Su Templo. A partir de entonces, ella se torna una nueva criatura.
Los pensamientos, el entendimiento, el corazón, la visión, todo, todo, todo cambia en su interior. La manera de pensar, de ser y de actuar difiere completamente de lo que ella era.
Los complejos de inferioridad, los traumas vividos, los rencores y los resentimientos desaparecen como humo, sin dejar vestigios.
Ella absorbe el carácter de Dios, Su imagen. Se torna una nueva mujer o un nuevo hombre.