En tiempos difíciles, un hombre hace muchas cosas para obtener la propia supervivencia y la de sus seres queridos. Sin embargo, hay una línea muy tenue que separa el interés de alguien del derecho de su semejante. La competitividad es algo bueno cuando es bien ejecutada, pero el sentimiento de querer vencer a cualquier costo no lo es.
Tal vez, usted conozca a alguien en el trabajo, por ejemplo, que tiene la capacidad de liderar, pero tiene un ego tan grande que hace de todo para “serruchar el piso” del compañero que llama la atención por su buen desempeño, a menudo apelando a pésimos artificios, como desmerecer su trabajo.
Una persona así tiene la necesidad de autoafirmación y parece tener carencia de ser idolatrado por los demás para sentirse bien. Puede que tenga una buena posición jerárquica, pero apela a la fórmula que resulta en fracaso: pone el ego por delante de su trabajo. No es raro que personas así caigan vergonzosamente, pues la verdad siempre aparece, incluso cuando intentan manipularla.
Lamentablemente, lo que se mencionó anteriormente no sucede solo en el trabajo, sino en cualquier grupo social, por ejemplo, en una familia, un club, e incluso en una iglesia. Muchos se equivocan al poner su ego delante de Dios, aun dentro de Su casa.
Sin embargo, si esa misma persona dejara de usar esa energía para la competitividad (positiva o negativa) y la usara en el don de la solidaridad, para ayudar al prójimo, los resultados serían diferentes.
Ahí entra el verdadero líder. Si en tiempos difíciles la tentación de competir termina pasando los límites, por otro lado, la solidaridad se vuelve cada vez más necesaria.
El mundo pasa, en esta época en que el Fin de los Tiempos está tan cerca, conforme muestran las señales recientes, por una gran carencia de verdaderos líderes en todas las áreas. Hay muchos casos en que los dirigentes hacen todo mal solo por desear el poder, nuevamente es el ego delante del interés colectivo. Esto sucede cuando todos necesitan de más personas que sepan lidiar con los desafíos, por ejemplo, la crisis económica y otros efectos de la pandemia por el nuevo coronavirus.
El bien de todos no puede ser sacrificado para satisfacer solo la voluntad que alguien tiene de estar en una posición de poder. Además, un hombre que idolatra su ego no es más que un juguete en las manos del diablo. Él deja de lado la presencia de Dios y el amor al prójimo para ponerse por encima de ambos, dando la excusa, poco convincente, de que sus actitudes son para mantener su posición. Ese ejemplo es patético, pero, lamentablemente, muy real.
El propio Señor Jesús, durante Su ministerio, usó Su poder para levantar a los débiles, curar a los enfermos, dar esperanza a los descreídos y multiplicar el amor de Dios entre los seres humanos. Satanás, a su vez, sigue usando y abusando a las personas, incluso las egocéntricas, para esparcir conflictos y poner a unas contra las otras, haciendo del mundo un lugar cada vez peor.