Todo cristiano enfrenta determinadas situaciones adversas en las que tendrá que sacrificar su propia voluntad para agradar a Dios. Las guerras espirituales forman parte de la vida cotidiana del siervo del Señor.
Muchas personas, por ejemplo, se consternan cuando alguien de mucha estima las decepciona o cuando las cosas no resultan conforme a lo planeado, pero, si no vigilan, el mal utilizará esas situaciones desagradables para ensuciarles el corazón y, de esta manera, arrebatarles lo que con tanto esfuerzo conquistaron.
Aunque muchos no lo noten, las adversidades son necesarias para que el ser humano se mantenga firme espiritualmente. Porque, a medida que venza los problemas y alcance nuevos objetivos, la fe se fortalece. La fe es como un músculo: cuanto más se la ejercite, más fuerte estará.
El Señor Jesús no dijo que las guerras espirituales se terminarían, sino que, mientras el cristiano viva, enfrentará muchas de ellas. Sin embargo, a través de la fe puesta en Él, las vencerá.
“… En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, Yo he vencido al mundo.” Juan 16:33