No todos los hijos tienen la visión del padre, así también ocurre en relación con los hijos de Dios. No todos los hijos de Dios han recibido de Su visión. Las razones deben ser muchas, pero quizás la principal de ellas esté relacionada con la obra para la que cada uno ha sido llamado y escogido.
Muchos jóvenes estudiantes me han preguntado si debían o no interrumpir sus estudios para hacer la Obra de Dios en el Altar. Les he hecho conocer mi testimonio y mi experiencia personal con Dios y he dejado que cada uno se responda a sí mismo.
La verdad es que el llamado y la elección de Dios involucran la fe personal. Y la respuesta de cada uno identifica el tamaño de la obra reservada para sí.
Los casos de Jacob y Esaú reflejan muy bien el de muchos jóvenes involucrados en la iglesia hoy. Por ser el primogénito, Esaú tenía no solo el derecho y el deber de reemplazar a su padre Isaac en la conducción de su familia, sino, sobre todo, de ser el próximo patriarca, que era una especie de apóstol en la construcción de una nación santa, ya que era la autoridad máxima de Dios en la tierra. Su nombre sería una referencia del Dios Único y Verdadero y estaría al nivel de sus padres Abraham e Isaac.
La referencia al Dios de Israel debería haber sido al Dios de Esaú. Pero, debido a un plato de lentejas, él entró en la historia de la fe cristiana como un derrotado. A pesar de que, con lágrimas, haya intentado recuperar la bendición que, por derecho, tendría que haber sido suya, aun así, era demasiado tarde.
La razón de su fracaso se debe exclusivamente al desprecio de la parte espiritual que le correspondía. Sus ojos físicos lo llevaron a tomar la mala decisión y eso se reflejó en toda su vida. El texto sagrado dice: “Y guisó Jacob un potaje; y volviendo Esaú del campo, cansado, dijo a Jacob: Te ruego que me des a comer de ese guiso rojo, pues estoy muy cansado. Por tanto fue llamado su nombre Edom. Y Jacob respondió: Véndeme en este día tu primogenitura. Entonces dijo Esaú: He aquí yo me voy a morir; ¿para qué, pues, me servirá la primogenitura? Y dijo Jacob: Júramelo en este día. Y él le juró, y vendió a Jacob su primogenitura. Entonces Jacob dio a Esaú pan y del guisado de las lentejas; y él comió y bebió, y se levantó y se fue. Así menospreció Esaú la primogenitura. Génesis 25: 29-34
Esaú es del tipo de personas nacidas de la carne, gente que, por no ser espiritual, no tiene discernimiento espiritual. Esaú contaba con su fuerza física y valor para enfrentar cualquier situación difícil, inclusive a los animales feroces. De hecho, contaba realmente con su capacidad física y no espiritual, razón por la cual despreció la primogenitura.
“Estoy a punto de morir; ¿De qué me servirá mi primogenitura?”
Quiere decir, el perdió lo más importante de la vida por ser un hombre carnal y no saber discernir el tesoro escondido por detrás de ese derecho. ¡Ésta es la gran desventaja del nacido de la carne! Por eso insistimos en el nuevo nacimiento. El nacido de la carne es carnal, y, por no ser espiritual, no puede entender las cosas de Dios. Para él, lo que importa es la inmediatez, la visión de los ojos físicos y no de los ojos espirituales. Pero los ojos físicos solo ven la materia y nada más que ella. Mientras que los nacidos del Espíritu, que son espirituales, tienen ojos para ver mucho más allá de las cosas físicas.
Estos no tienen visión y ni siquiera pueden ver el resultado final de una mala elección. Es el caso del mundo, donde las personas cosechan malos frutos de las malas decisiones tomadas. Y la mala elección se debe al desprecio hacia los consejos de Dios.
Aunque estaba desesperadamente hambriento, no estaba a punto de morir, y su padre era muy rico y nunca hubiera permitido que su hijo favorito se muriera de hambre. Pero el mayor problema de Esaú fue el desprecio por el don de Dios, es decir, ¡la bendición de la primogenitura!
Este derecho había sido dado por el Propio, pues, a pesar de ser el hermano gemelo de Jacob, había nacido primero. Por lo tanto, el derecho era solo de él.
Es el caso de muchos jóvenes cristianos, que algún día fueron llamados y escogidos para ser pescadores de almas, pero, movidos por el hambre de éxito económico y la gloria de este mundo, terminaron despreciando el privilegio de ser siervos de Dios para convertirse en siervos de sí mismos.
Dios los bendiga abundantemente.